×

11. Frugal y frágil

Algunos que suelen visitar Memoralia cada mes ya me tientan a pensar en la publicación de un pequeño libro. Muy amable, pero les pido, déjenme en paz. Me desvían de mi placer esperador de venir a sentarme atrás de esta máquina, aquí en Atma, a destapar lo que me movió este mes y describirlo. Aprendí, justo por vivir tan lejos del ambiente mundano, que lo que realmente necesito para el bienvivir, me conviene. Entre nosotros lo llamamos The Need; en inglés suena tanto mejor que en mi lengua materna o en el español, por lo que propongo dejarlo así. La expresión, prestada de una novela de Doris Lessing, nos impactó por la sencillez en el uso diario. La solíamos usar de guía cuando fuimos pobres de dinero durante unos veinticinco años, por causa de un fuerte querer: la paulatina creación de la Finca. Lo que ganábamos con los pianos gastábamos todo en ella, buscando un balance en arreglarnos con lo mínimo a lo máximo.

Como no teníamos ningún plan, era más bien un juego entre nuestra imaginación y lo que el terreno mismo parecía mostrar y ofrecernos. Y Don Paz, el cuidante del terreno al lado nuestro en esta colina, nos demostró cómo. Durante las charlas solía advertirnos, y eso fue algo así: “Para qué la mesa tan grande y tantas sillas, ¡seis!”. “Para la visita”, nos defendíamos. “Quién les visitará, nunca viene nadie”. “Algún día van a llegar, Don Paz. Con usted ya somos tres, dos más y ya se llenará la mesa”. Se pone pensativo y pregunta: “¿Puedo invitar a la Petrona, mi amiga, a sacarme las niguas de los pies?”. “Claro, es su amiga, usted tiene dos sillas y una banca abajo del naranjo.” “Está bien, pero a mí me hace falta una radio todavía. Me gusta la música, igual que a ustedes”. “¿Algo más que le falte?”. “Un bañador, de los que se venden en el mercado, de aluminio, el grande redondo, justo de mi tamaño. Cuando haya sol le pongo a calentar el agua en la huerta más arribita”. Y adjunta con una sonrisa provocativa: “Es para limpiarme el culo”. Reímos un poco avergonzados, ¿por qué no lo habíamos pensado antes? No tiene baño ni ducha, y le preguntamos: “No quisiera usted tener una o dos ventanas en su casita?”. “Para qué, no son necesarias para nada, entrará el frío, así estoy bien”.

La visita espontanea es mi favorita. La primera que recuerdo fue aquí, cuando estaba afuera cortando hojitas de las hierbas al lado de la casa, una mañana soleada. Veo a un par de gringos subir hacia la reja, el hombre alto, tranquilamente recorriendo los alrededores con su mirada, mientras inhala el fragante aire, claramente disfrutándolo. Me acerco, él me saluda en holandés, ella en inglés, y les invito: “Justo es mi hora de café, ¿un cafecito?” Sentados en la nueva mesa grande, intercambiamos y pronto llegamos a las esencias de nuestras vidas. La joven mujer israelí, hermosa, y el hombre de mi edad son recién casados y están de viaje de luna de miel por Sudamérica. Les cuento la historia de cómo llegamos acá y ellos comparten su gran pasión: el rescate de la cultura beduina. A su retorno a Israel quieren abrir un museo en honor al estilo de vida de todos los pueblos nómadas, en el desierto al sur del país.

“¿Cuál libro te ha inspirado más?”, le pregunto a él. “‘El hombre sin atributos’ de Robert Musil’. Se trata de vivir sin identificarse con los atributos sociales, como sexo, nacionalidad, edad, profesión, o hacerse gala de títulos o clase. Al contrario, evitas coagularte en cualquier rol, confías en la fuerza propia, siempre nómada”. “Exacto”, exclamo, “siempre vivir como de viaje. Primero dudaba de comprar este terreno, no quería atarme, me parecía tan definitivo. No lo siento ya, el viaje sigue, depende de tu enfoque, es más bien un estilo de vivir”. Al final él me mira y pregunta: “¿Tú te sientes sola también, como que casi nadie nos entiende?”. “Sí, es que es así, es la parte más difícil, soltarte de la aprobación de otros. Es muy hermoso también, es una gracia poder vivir así”. Y allí ya se van, felices, corriendo de mano a mano colina abajo y antes de salir del portón me saludan una vez más con los brazos en alto.

Me dejan maravillada y grito hacia arriba: “Pacito, ya me llegó la primera visita”, cuando él está pasando con una olla llena de agua en cada mano. Me envía su sonrisa ladeada y sigue sin prisa ninguna, cuidando la carga preciosa al andar, hacia su propio hogar. Entonces recién me salta a la vista la imagen de su figura trayendo agua del pozo, como de costumbre, seguro ya durante varias semanas, mientras que tenía el nuevo grifo de agua del pueblo en su patio a la mano todo aquel tiempo. Subo rápido y se lo indico: “Este es su grifo, Don Paz, ya no vaya al pozo tan lejos. Ábralo”. No responde, me mira con ojos de opa. ¿Lo comprendo bien, será que no conoce el uso de un grifo? Tomo su mano y le indico cómo abrirlo y cerrarlo. “Mire, Don Paz, qué rica el agua limpia. Que ya no vaya al pozo, ¿para qué?”. Me extraño, no reacciona más que con un alza de hombros. Ya no lo veo ir al pozo y suponía, hasta hoy, que nunca había visto un grifo en toda su vida frugal de un peón humilde. Contándolo de nuevo ahora, soy yo que me siento la opa: ¿Para qué gastar dinero en agua, con un pozo lleno de agua de lluvia a tan poca distancia?

Ahora las visitas son escasas y planificadas. Estamos esperando a la pareja vecina de colina arriba. Ya son cuatro meses de aislamiento por la pandemia que nos impidió el vernos cara a cara. Barremos y luego trapeamos el piso de toda la casa, ponemos floreros, encendemos velas, mullimos los cojines y el piano está puesto para tocar, por si se diera un buen momento. Las tartaletas de fruta, ampliamente topadas con crema de leche, alistadas y el aparato del café en ristre. ¿Está todo bien aireado, las ventanas dejaste un poco abiertas, no hay mal olor, has desinfectado la taza, por si acaso? Con los barbijos puestos nos saludamos a distancia, avivados de vernos nuevamente. Sacándose los zapatos y los barbijos al entrar, les indicamos el desinfectante para lavar las manos. Nos sentamos cada pareja a dos metros de distancia en la sala de estar. Y hablamos, nos ventilamos, tocando cientos de temas sin elaborar, uno tras otro, todo dentro de una hora. Nos entendemos y nos nutrimos, podemos seguir, los lazos de amistad reforzados.

Para indicar la realidad de las restricciones, regulaciones y protocolos, los medios introdujeron la definición de ‘la nueva normalidad’. ¿Y estas palabras deberían cubrir lo que nos está pasando? Me suena tan fácil, como que sugiere que ya pronto estaremos a salvo, que ya volverá la normalidad. Nuestra fragilidad se estrelló como una bomba en nuestras vidas. La noción de que mi cuerpo y mente son frágiles, que mi trabajo, sustento, comida y educación están en juego. Y qué frágil se muestra la sociedad y qué importante resulta tener un gobierno confiable. Y no es nada nuevo, es nuestra fragilidad de siempre, a la antigua. Cierto es que la habíamos olvidado.

Una vez acabada ésta pandemia, ¿qué vendrá después? El retorno a lo normal de antes descarto, ya no existe. El confinamiento durante tanto tiempo a mí me llevó a una contemplación profunda, y no soy la única. No dudo que también se habrá incubado ideas, planes y diseños inimaginables. La estoy viendo ya, todos estos ingredientes hirviendo en una olla grande a fuego lento. Presiento que de allí saldrá una explosión de talentos y nuevos inventos, una nueva onda de creatividad aún nos sorprenderá.

Samaipata, entre 10 y 22 de julio de 2020

Fotos adjuntas:

–Arte frugal, https://thinking-stoneman.blogspot.com/2018/06/the-art-of-frugal.html

–El hombre sin atributos, Jespers & Jespers, Bélgica, 2019

–La fragilidad de una melendre asemillando, foto autora.

Author

Comments (5)

  1. Alexander Reply

    Gran enseñanzas impartidas, relatos que muestran un gran mensaje cada vez. Lo disfruto tanto! Rescato la sencillez y espontaneidad en este post. Que nuestros simples atributos sigan embelleciendo los días que vivimos, aunque un poco inciertos, disfrutemos!

  2. Nata Reply

    Ahora lo conozco más a Don Paz, me imagino su cara de pícaro y su ser humorístico.
    Completamente de acuerdo, todo cambia a partir, de cómo miramos la vida y el estilo de vida que queremos llevar, con COVID o sin él vivimos en segundos, por que somos frágiles mortales, para que vivir?, para aprovechar cada momento si aún tenemos la oportunidad de despertar vivos por que estar muertos es otra cosa.
    Que sigan los relatos que dan vida a las anécdotas, a las personas, y a los buenos recuerdos….
    Cada vez más interesante 🤓

  3. José Luis Vega López Reply

    Melendre tiene una agilidad literaria para cambiar de estilo, hoy nos presenta un relato sencillo, simple, libre y expresivo.
    Las anécdotas de Don Paz, son diviertidas y reales, es la sencilla y humilde forma de vivir de los pobladores, en las áreas rurales de los Valles cruceños.
    No  dejaremos en paz a Melendre, puesto que es comparar como, que me ofrecen leer Memoralia y yo les diga déjenme en paz.

  4. Liliana Reply

    Querida Melendre como siempre siento la profundidad en tu relato, esta vez haces relucir lo esencial de dos aspectos en esta vida frágil, a veces frugal, pero sobre todo fugaz:
    – el encuentro con el otro y
    -el encuentro con uno mismo.
    Cuánto necesitamos a los demás para nutrirnos, ver y sentir otras experiencias.
    Y cuán importante es contemplarnos a nosotros mismos para dar paso a esa explosión de talentos y dones… que recobra sentido y fuerza si es para compartir con los demás.

  5. Rosa Leny Rodriguez De Vega Reply

    Melendre relata un pasado simple, de anécdotas de don Paz y su forma sencilla de vivir la vida en el área rural. El símbolo de mandar a construir una mesa con seis sillas a la espera de visitantes, hoy no cambió, ahora esperamos volver a la normalidad, para tener el gran placer de compartir un sabroso café y una buena tertulia, así de simple es nuestro deseo, pero es la realidad.

Responder a Alexander Cancelar respuesta

Your email address will not be published. Required fields are marked *

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.