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16. El Tiempo profundo.

Con mi canastilla en el brazo bajo a cortar culantro y a recolectar tomates y puerro de los canastos en el Café Jardín para preparar el almuerzo de hoy en casa. Jirones de voces de mujeres me hacen entrar al Herbolario a curiosear en qué estarán trabajando. La mesa grande en el medio me recibe llena de flores y exclamo: “Qué delicia hermosa, los colores, fantásticos, ¿para qué son?” La siempre animada Justina, que trabaja ya hace tanto tiempo aquí, sube la carita serena de su dedicada atención al dar vuelta cada flor para que se seque más rápido y me responde: “Las estamos secando para enviar a Santa Cruz, hay muchos pedidos de flores comestibles hoy”. “Ah, sí, llovió en la madrugada, claro, pero hermoso se ve todo, no ve, ¿Justi?” Una insistente voz dirige mi atención a la escena íntima al lado del armario de los productos medicinales. Narcisa

con Marcela, la chica nueva, están curvadas sobre los frascos con macerados de hierbas. Ahora toca a Narcisa el rol de orientadora y lo hace a la perfección. No quiero molestarla, Narcisa se tensa por mi presencia, seguro, no quiero meterme y vuelvo a la mesa. Al lado de Justi me quedo absorbida en el bello espectáculo en la mesa, de pronto interrumpida por la voz de Narcisa cloqueando de contenta: “Mira, un nuevo producto, muesli con frutas de estación de la finca, nuestros propios mangos que ya no los dejamos pudrir en el suelo, los desecamos todos, y prueba, huele tan rico, y aquí otro, los chilitos picantes, tan delis”, mientras me abre un frasco tras otro, poniendo cada frasco debajo de mi nariz, me hace probar, me convence totalmente: Vivalavirgen, sigue ella innovando el Herbolario. Mi creación.

Ensimismada voy subiendo a casa, paso a paso, y pienso: ¿Será que se curiosea Narcisa de cómo el herbolario se creó, de dónde viene? ¿Lo quiero contar? Sí, es una gran parte de la historia de la Finca, de mi ser, abarca años de mi vida. Si no abro el cajón con precisamente esos recuerdos se perderán para siempre, nadie lo va a saber. ¿Qué cambiaría si nadie lo supiera?

Concluyo: nada. Todo va a seguir no más con o sin mi relato de la historia.

Con Rosa, ahora la gerente de la Chakana en la Plaza, y con las otras que le siguieron como mis asistentes, creamos algo que no existía antes. Haciendo pruebas de mixturas medicinales primero echaba al recipiente todas las hierbas que mis libros indicaban para la vejiga o la toz. Luego aprendí, a través del manual de un curso, que hay que saber cuál hierba cura, cuál apoya y cuál sirve para mejorar el sabor. Aprendí a ser exacta y responsable. Ya en 1987 fuimos al curso presencial en la academia biodinámica en Holanda sobre el procesamiento de hierbas, la cosecha, el secado, el almacenamiento y los materiales aptos para guardarlas. Y visitamos después la granja La Casa Azul de la docente herborista Teresa, una verdadera bruja pequeña de un humor seco sin vergüenza, el cabello largo blanco lacio hasta la cintura, que me mostró todos sus secretos. La larga búsqueda para llegar a la mejor calidad de secado al viento del norte, en la sombra en el clima de acá, finalizó en los secadores que aun usamos.

Decido dejar la canasta en la cocina y sigo subiendo por mi senda aislada, atrás de la casa. En cada curva paro, acaricio las hojas más cercanas del arbusto de por allí, miro a través de las altas yucas linderas al pueblo de a ratos, me doblo a estudiar las piedritas, y ando hacia el espacio en el medio de los árboles donde piedras enormes cayeron en tiempos lejanos. Planto mis manos encima de una de ellas tocando los musgos verdes grisáceos que, aquí y allá, la cubren, mientras las hilachas de recuerdos me invaden y pasan y otras aparecen.

Sin plan ninguno logramos llegar a una variedad de mezclas medicinales que refleja las enfermedades más frecuentes, porque nos basamos en las quejas de los clientes que me consultaron a lo largo del tiempo. Cada infusión cura adecuadamente los primeros síntomas. Como mayormente la gente se enferma por las malas costumbres decidí apuntar en cada etiqueta la dieta indicada o un consejo específico. Y río al verme con las mujeres, recordando la hilaría que les causaba el texto ‘mucho amor’ para las que sufren de una circulación lenta y los pies siempre fríos, mujeres amorosas y poco exigentes en el amor, todas pre-menopaúsicas. La decisión de cambiar las bolsitas de hierbas verdes de plástico por papel madera me llevó atrás de la computadora con el joven diseñador Amín a crear juntos las etiquetas nuevas para los tés, las medicinales, los macerados, las alimenticias y las conservas. Y una vez construido El Herbolario, diseño el armario central inspirado por los muebles de fines de siglo XIX.  Y allí encima puse el cuadro de Gustav Klimt ‘Hygieia’, la soberbia diosa de la salud, la que decide entre la vida y la muerte, que nos guiaba desde su alta posición. Ya no, Narcisa me lo devolvió, los dioses griegos son parte de mi historia. No de la suya. Su inspiración viene de Pinterest, el Tesoro público de artesanías de todo el mundo.

Limpio la piedra con un ramo seco y me instalo encima para refrescar la memoria con calma. Fue en La Paz, en la calle Linares, arriba de la San Francisco, donde me enamoré con la medicina natural y la magia que irradian los embriones de llamitas, las figuritas de piedra y las estrellas de mar desecadas. Las vendedoras se rieron de mí, mis preguntas les parecieron ofensivas, mi curiosidad absurda, y me gritaron: no es para gringos, es nuestra, vete a tu propio médico, el moderno, no pertenece a ti. La riqueza ancestral que me atraía tanto me amenazaba con escaparse. Hasta que encontré libros simples y baratos llenos de recetas y consejos para el uso diario, escarbando en los quioscos de libros en la avenida Montes y en el Prado los domingos. En la librería Los Amigos del Libro tropecé con el libro ‘Kallawaya’, de Louis Girault, una impresionante investigación sobre las prácticas medicinales, terapéuticas y mágicas de los curanderos itinerantes de los Andes. Incluye hasta datos de los primeros historiadores españoles, sacerdotes que se interesaban por la sabiduría medicinal indígena. Qué suerte teníamos de poder viajar en el jeep de un ingeniero holandés, consultor de un proyecto agrícola de Cordepaz, un fin de semana, al centro de la región originaria de los Kallawayas al nordeste del Lago Titicaca. Caminamos por su tierra como si fuera una visita a un santuario. El oráculo no nos habló directamente, sí sus representantes: los perfumes de las plantas aromáticas al lado de las sendas alrededor de Charazani. Todavía soñamos con volver a visitar toda esa zona histórica, quizás al año. Y luego mi visita memorable a Sobometra, la sociedad boliviana de la medicina tradicional, con su oficina central en un edificio oscuro en el Prado a la vuelta de la Sagárnaga.

Subo las gradas, segundo piso, toco la puerta, entro y, esperando encontrar adentro a un sabio, un curandero, un hermoso indio mágico, percibo en las entrañas a un señor tipo abogado vestido en el traje común de miles de paceños empleados estatales, sentado atrás de un escritorio, que me recibe con todos los miramientos que los paceños en general solían mostrarme. Me siento al frente de él y le pregunto: “¿Usted es el presidente de Sobometra, es médico natural, es Kallawaya quizás?” “Sí, soy todo eso”, dice. Su aspecto me decepcionó tanto que ya abatida le explico de mi deseo de aprender la medicina tradicional. Él informa: “Todavía no existen cursos, se aprende de padre a hijo, pero qué interesante tu deseo. Tú, como extranjera, podrías buscar fondos en tu país para algún proyecto para Sobometra, ¿te parece? Es lo único que veo factible, ¡ese podría ser tu rol!” No, gracias, señor, mi camino será el de autodidacta y con las manos en la tierra.

¿Y qué pasa años más tarde? Un animado grupo de unos quince cursillistas cruceños de Sobometra me honoran con una visita al Herbolario. Luego de una inspección de mis mixturas medicinales y una discusión sobre la aplicación de carqueja que, según algunos, serviría solo para hombres o para mujeres, ya no me recuerdo cual o tal, que me sonaba como superstición, me invitan a ser miembro. Por lo visto satisfago sus criterios. Pero ya no era tan creyente. Y ahora me inclino más hacia pruebas científicas con válidos resultados significativos.

Salto de la piedra y subo brincando por el bosquecito de pinos, mientras que las ramas me cantan del mar, hasta pisar ‘El Altar’, casi el límite superior de la Finca. Estoy en una piedra gigante, mi secreto lugar sagrado. Primero saludo la cara alta de la peña que lo encierra y protege por detrás. Está cubierta con tillandsias, bromelias gigantes y helechos, cactus y orquídeas, y delgados troncos de lloques y tulas que camuflan las entradas de las oblongas fisuras profundas. Allí viven las iguanas de rayos negros y blancos, descendientes de los dinosaurios. Saben bajar a las ricas lechugas abundantes en las terrazas, donde sus cuerpos ágiles, a pesar de ser macizos, de un metro de largo mínimo, nos sorprenden a veces en las mañanas. Me vuelvo hacia el noreste con la serranía de Bicoquín en el horizonte e inspecciono el terreno bien empinado debajo de mí y me pregunto: “Esas piedras tan grandes, ¿qué fuerza natural las hizo caer? Un terremoto fuerte. ¿Cuándo ha pasado? Debe ser ya hace siglos, no está en la memoria del pueblo. Y las piedras y esta peña misma, ¿cómo se formaron? Me imagino la Tierra como un balón de fuego, millones de años atrás. Luego se enfrió y por eso las piedras muestran huecos y desniveles de formas hermosas, arte natural, donde se encapsularon trazos de agua durante el enfriamiento repentino.

Fijo la mirada al valle más abajo, allí había un mar. Seres marinos murieron, dejaron sus restos en el agua que hoy bombeamos de las profundidades viscerales de la tierra. Los fósiles de conchas lo muestran. ¡Veo el mar! Se mueve y brilla, escucho su constante susurro, me impacta, me seduce, me hace perder en ‘el tiempo profundo’, de pronto viajo de pasajera dentro de nuestra Vía Láctea y desaparezco sin resistencia alguna en la multitud infinita de otros sistemas estelares.**

Acudo al libro ‘Evangelio según Tomás’ en nuestra biblioteca, y releo en especial el dicho de Jesús no. 42, y lo busco en internet para trasmitirlo en un español correcto. Lo encuentro y dice: “Haceos pasajeros”. Nada más, así de simple. Recordármelo siempre me ha servido para soltar mis fijaciones inútiles. Entonces, Narcisa, adelante, ahora es tu tiempo. Me quedo en el mío, un tiempo paralelo. Gracias por seguir innovando y con tan buen gusto, además. Y ahora te veo leyendo este relato y tu cara forma la risa media sardónica y te escucho cacarear: “¿En serio?”, tu rutinaria expresión de siempre. Y la respuesta es sí, porque me siento liberada, el Herbolario está en buenas manos, te lo dejo.

Samaipata, entre 8 y 18 de diciembre de 2020

Fotos adjuntas:

– ‘Narcisos’, Art Nouveau Art, Sarah Brummel-Baily, 2006, Reino Unido

– Arquetipo de la primera receta, Samaipata, autora, 1987

– ‘Hygieia’, Óleo, detalle de ‘Medicina’, Gustavo Klimt, 1907, Viena, Austria

– Objetos hallados en el Parque Nativo de Finca La Vispera, colección autora.

– Página inicial del Evangelio de Tomás, idioma copto-griego, encontrado en el desierto en Egipto en 1945, parte de los Manuscritos de Nag Hammadi de los primeros cristianos gnósticos, escritura en papiro del siglo II, Archivos Museo Copto, Cairo, Egipto.

**Enlace ‘El Tiempo profundo’: bbc.com/mundo/noticias-40659009

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Comments (2)

  1. Nataly Reply

    Gracias Melendre por el aporte, la inspiración, la dedicación pero sobre todo por tu propio estilo. Eres parte de mi Pinterest 😉!
    Tu relato de vida es un recorrido de inspiración en muchas cosas, muchas personas, muchos recuerdos que rescatan la necesidad, movida por la curiosidad por este mundo místico en el que vivimos la suma de todo crea algo original. Y el herbolario lo refleja!
    Que bueno que me inspira a mi también este mundo está lleno de sorpresas!
    Que sigamos siempre con esa chispa de asombro y curiosidad. Siempre son alentadoras.
    Gracias por la posta!

  2. Marifé Reply

    Me fasciné una vez más leyendote Melendre querida, me gusta tanto recordar mis tiempos con ustedes, todos esos años de disfrutar trabajando, una terapia verde diaria y ser participe de la alquimia y la magia que salía y sigue saliendo del herbolario💚 Hasta una pronta lectura!

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