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17. El relato propio.

Este mes de enero del nuevo año recibimos una sobredosis de los mejores deseos, que me pareció una competencia entre los más amorosos y espectaculares, entre textos, fotos, videos, cuadros, dibujos y llamadas personales. A través de los medios nos sentimos aupados, llevados y mimados, hasta hoy. Para escribir un relato nuevo espero siempre una inspiración que me llegue sin buscarla, me dejo sorprender. Aunque sintiera una amistad verdadera, afición hasta cariño y amor en aquellos mensajes de bienestar y salud, ellos no me trajeron el tema del mes, pero sí hicieron que me diera cuenta de que estamos rodeados por un círculo de muchas personas, y que algunas familias ahora ya tienen nietos de los hijos que conocemos desde su nacimiento. Me asombra. Y me hizo recordar los años ochenta cuando ni recibimos tarjetas de Navidad. No conocíamos a casi nadie y la gente del pueblo creo que no tenían ya esta costumbre. Ni pensar en llamadas por teléfono: no tuvimos teléfono durante doce años. Lo que sí pasaba: abrazos de mejores deseos al estilo valluno en la plaza y en el mercado, es que la gente ya nos conocía.

Encuentro con Hamlet, el príncipe negro.

Un tema que sí me ha rodeado ya todo el mes y que me toca vivir y revivir casi todos los días es ‘el gran amor’, incitado por diferentes fuentes. Leí y releo varias novelas cautivantes que se tratan de este emocionante tema. Empezó con El príncipe negro de Iris Murdoch, la novelista filósofa irlandesa, que describe un gran amor vivido y contado por un ambicioso escritor bloqueado de casi sesenta años, un londinense caballeresco insípido, pero con sentimientos y pensamientos muy profundos. Una moderna versión de la obra de Shakespeare Hamlet, muy filosófica, con una honradez despiadada y un sutil humor a penas discernible, termina fatalmente en que él es encarcelado por asesinato. Sus palabras me hicieron retrotraer a la convicción que sentía en aquellos primeros días de mi propio enamoramiento inescapable, cuando empezó a invadir mi cuerpo y luego, cuando mi mente cedió también, y tuve que admitir que era irrevocable. Y que, además, hubiera sido un sacrilegio negarlo más tiempo, que era algo destinado, una gracia de una fuerza más grande que yo y que hubiera de obedecerlo, so pena de una vida prostituida y la pérdida total de mi integridad para siempre.

Otra fuente para el tema del gran amor fue una visita. Recibíamos a una mujer para tomar el cafecito de la mañana, que queríamos conocer desde un tiempo. Sabíamos de algunos detalles de su existencia por cuentos ajenos y cada vez más queríamos conocerla mejor. La estuve esperando en la terraza, la veo acercarse y, como su manera de andar me hacía recordar a una cierva ligera, ya espero que salte sobre el cerco con toda facilidad, ya le quise otorgar el nombre de la diosa de la naturaleza silvestre Artemisa o Diana, pero no, se retiene, y nos abrazamos. Y lanzamos un suspiro diciendo “por fin” y nos reímos, ambas aliviadas, como si ella llegara a casa, por fin de vuelta de un largo viaje a solas. Una vez sentada al frente de nosotros dos, retomando la distancia obligada por el virus y con el cafecito ya puesto en la mesa, ella dice que antes de todo nos quisiera contar algo muy importante. Hace un año estaba presente en el concierto de la Tarde Vieja en nuestra casa y se dio cuenta del amor entre nosotros, la pareja anfitriona, y le emocionó, y le convenció por fin y por completo que el amor existe. Y que el descubrimiento le puso la vida patas para arriba: por fin se permitió a sí misma coincidir con su auténtico ser, una audaz decisión liberadora, con aún invisibles consecuencias. La felicitamos y le agradecemos a la vez por habernos visto por los que somos. Y aquí y ahora le regalo un nuevo nombre y le rebautizo Lilith*, el nombre de la primera mujer, “hombre y mujer les creía”, Génesis 1:27, que Dios creaba al mismo momento que al Adán. El mito cuenta: Si ella no pudiera ser la igual al hombre, ni disfrutar de su propio cuerpo, ni comer del árbol del conocimiento y usar su propio cerebro, prefería vivir libre en el desierto a ser sometida a las reglas evocadas por el Creador y su aliado Adán para poder vivir en un así dicho paraíso.

La creación de Lilith, la primera mujer.

La visita de Lilith nos impactó durante muchos días. Me fui a buscar los libros de una experta en el gran amor, Connie Palmen, que recordé haber visto en la biblioteca de la Finca. Por suerte nadie los había llevado todavía. Holandesa y novelista, filósofa también, ella es una teatral figura pública, contestataria y exigente, y, como persona íntimamente conocida, cariñosa y auténtica. Releí primero La amistad, y ahora estoy inmersa en I.M., la in memoriam de su primer amor. Y al contrario de la primera vez, cuando estos libros fueron publicados en los años noventa, me impresionan y me identifico. He de admitir que no pude hacerlo antes por no creer en una chica más joven que yo, quizás por celos, y que ahora la reconozco, es una hermana mía, a la que tocó ser famosa de golpe. Y al igual que yo, antes y quizás aún, su timidez se muestra como arrogancia. Vivió dos veces el gran amor con hombres conocidos, el uno inteligente entrevistador provocante de la radio y televisión, el otro un político influyente. Ambos ya mayores a ella, la dejaron viuda y así, por contraerse a una vida de sentimientos profundos y con su espléndido cerebro analítico, pudo componer novelas semi-autobiográficas, en las cuales supo tejer tan claramente sus análisis, el por qué y el cómo, causa y efecto, de lo que les pasaba a los protagonistas. Y lo que reconozco en ella sobre todo es su honestidad inmisericorde, la búsqueda de las palabras justas para dejar al desnudo lo que está ocurriendo, lo que solamente logra explicar bien a los que, por amor y amistad, se disponen a escucharla verdaderamente o, sola, en sus escrituras.

Todo aquello resulta en que vivo y revivo mi gran amor propio y es natural que comparta todos mis florecientes pensamientos extensivamente con él, el objeto de mi gran amor de ya innumerables años. Desde el primer contacto hasta hoy, hasta las horas pequeñas de la noche y a veces despiertos ya en la madrugada por pensamientos que piden ser hablados urgentemente, nos ha ido así, y es una delicia. Nos preguntamos si un gran amor pueda llegar a cualquier persona y decidimos que no. Solamente pudiera llegar a él o ella que decida ser su persona única y propia, que resista adaptarse a lo normal o usuario cuando va en contra de sus aun confusos sentimientos o sus  convicciones ya claras, que aguante enfrentarse, si es necesario, con las tristes y chocantes rupturas familiares y amistosas, que sepa disfrutar de la soledad, que lea sus sueños y fantasías como señalizaciones en el camino, que ya lleve o empiece con una vida escogida por sí misma, que siga una carrera extra-ordinaria, que esté viviendo un relato nuevo, que acepte que su amado es igual extremamente su propia persona, exigente, autoconsciente, indudablemente herido también, testarudo, y hasta belígero en cuanto a su espacio y unicidad, ni modo. Las hormonas ayudan a derrumbar los muros de defensas, sin embargo, solamente en el principio del affaire. Y desde luego: el sexo es un arte, dar y recibir placer. Intimidad es erótica. Fusión éxtasis. El logro de vivir juntos, felicidad. Existe poco. Y pocos creen que pudiera existir. La autocrítica y el cinismo ajeno están a la vuelta y una explicación para tanta incredulidad podría ser la influencia del Génesis 3:15-24, que tan grande ha sido su influencia, por siglos y siglos, en nuestra cultura. Te invito a leer aquellos versos de aquel relato de nuevo y te alarmarán, ¡estás advertida!

Vivíamos y trabajábamos, antes de venir a Bolivia, la mitad del tiempo en lugares diferentes, acá, en cambio, vivíamos juntos todo el tiempo. Era el objeto de nuestro amor en aquellos tiempos el otro y la realización de nuestras ambiciones propias, una vez acá compartimos un gran amor extra. La Finca, nuestro Paraíso, Edén y Vergel, pudo ser realizada porque ella nos recibía como si fuéramos los primeros humanos recién creados y nos asilaba sin condiciones más que cuidarla. Ella se nos mostraba, y hasta hoy así se nos presenta, como un Jardín para Jugar. Desde el principio inventamos nuestro relato propio y manejamos las siguientes reglas de juego: aquí invitamos y compartimos, nos sanamos y nos superamos, jugamos y reavivamos el mismo relato, cada vez que nos sea requerido.

Nostálgicos disfrutamos de la música de Caravan, ‘In the land of Grey and Pink’, que siempre encontraba sonando desde su apartamento, cuando ponía, sin aliento, mi bici contra la pared afuera. Y se me ocurre que la historia de la Finca es realmente otra historia de un gran amor, y existe.

Samaipata, entre el 12 y el 19 de enero de 2021.

Fotos adjuntadas:

– Encuentro con Hamlet, “Ser o no ser,” Stratford-upon-Avon, Inglaterra, lugar de nacimiento de William Shakespeare, foto autora, 2019.

– ‘La creación de Lilith’, fuente: Cuenca, España, lugar de encuentro entre mujeres en múltiples dimensiones.

– ‘El tema real’, cuadro de Carmen Luz, Samaipata, 2007

*Información sobre Lilith

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Comments (4)

  1. José Luis Vega López Reply

    AMOR POR SIEMPRE

    Gracias Melendre por recordarnos el Amor por Siempre.
    Vivir es un acto de amor , si tenemos amor por lo que somos y hacemos disfrutaremos de la vida.
    Es sublime el amor de una madre por su hijo y es extraordinario el amor por su amante, por su pareja.
    Pero el más grande, es el amor que perdura, el que pasa los 50 años, los 60 y cuando llega a los 70 años, ya no se cuenta porque es un amor eterno.
    El amor que pasa los 50 es un amor sabio, completo, lleno de conocimiento y experiencias, es un amor sin condiciones, que es tan enorme que invade el corazón con naturaleza, aire, agua, libertad y cariño por la humanidad.

  2. Bill Powers Reply

    El tema real. Espectacular! Gracias por compartir este lindo ensayo.

    1. Natanael Reply

      Que relato! Increíble! disfrute mucho la última parte, donde explica como encontrar el gran amor “Solamente pudiera llegar a él o ella que decida ….” gracias Melendre por compartir tan buenas experiencias.

  3. Rosa Leny Rodriguez De Vega Reply

    El más grande, alto y fuerte caballero se arrodilla e inclina ante su Dama por amor.
    Príncipes blancos de cabellos rubios y rizados, príncipes negros de ojos grandes y labios gruesos, se humillan por amor.
    El más rico y poderoso del mundo de los hombres, llorará ante la mujer que ama mendigando amor.
    Gracias Melendre por recordarnos que hermoso, único y grande que es el amor.

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