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18. Querida Tribu:

Antes de que se pierdan en el olvido, les envío esta carta, porque siento una urgencia de compartir mis muchos recuerdos. Ustedes son parte del milagro de la creación de la Finca. Quizás piensan: ¿de qué milagro está hablando ella? Es que la mitad de ustedes vinieron a trabajar en la Finca hace poco. No tienen ni idea en qué estado estaba cuando empezamos a transformarla, ni mucho menos deben entender por qué llamamos al equipo La Tribu. Sin embargo, gran parte de la transformación a ser el paraíso de hoy fue hecho por las manos suyas, los empleados de antes y de hoy, durante treinta años.

Llegamos a vivir en Bolivia y de todos lados fuimos advertidos: cuídense de su personal, nunca deberían darles demasiado, nunca tienen suficiente, no son confiables, son llorones, disimulan, hay que estar bien encima, si no, te hacen lo que quieren, porque no son fieles, se desvían, se emborrachan cada fin de semana, no trabajan cuando llueve y se escapan sin aviso previo.

Nos choca escuchar estas palabras. Nos parece el trato injusto y, rebeldes que somos, nos solidarizamos con el personal. Nos da asco ver la indiferencia por el bienestar de la gente pobre. Ni distribuyen las riquezas ni las comparten. Al escuchar estas frías voces hipócritas decir: hijita, hijito, niña, pásame por favor, o gritar: joven, ¿me escucha?, se me retuerce el estómago. Y las campanitas en las mesas y las palmadas en los restaurantes. ¿Son acaso perros, niños, esclavos? ¡NO! Son personas con familias y responsabilidades, y se ven viejos antes de su tiempo.

Los primeros años en la Finca trabajamos solo los dos. Mantuvimos una huerta chica de hortalizas solo para el consumo propio, y el jardín de la casa, nada más. Nada de terrazas, ninguna cabaña, solamente nuestra casa y la casa antigua, donde vivía el cuidante viejito, Don Paz. Donde el Herbolario había una ruina de una casa más antigua todavía. El terreno era en gran parte monte, y me parecía enorme, mil veces más grande que mi jardincito en Holanda. Me da escalofríos caminar allí: siento los espíritus de la gente de antes ya muerta, y animales silvestres me acechan desde atrás de cada arbusto.

Cuando ya llevábamos viviendo cinco años en la Finca se llenaron las terrazas de verduras y con la primera cabaña ya construida nos vimos obligados a contratar personal fijo. Ustedes no saben hablar frases enteras, solamente salen palabras sueltas como sí o no sé, o puede ser, o depende de usted y qué usted me lo diga, por favor. No nos miran a los ojos, y la timidez tarda meses en desaparecer. Me tocan a cada rato la puerta, no saben cómo seguir, o qué hacer, saben solamente de papas y maíz. Los chicos que llegan fresquitos del campo, de Paredones o San Juan, se portan como animalitos silvestres. A penas saben escribir o leer, no hablan, pegan gritos entre ellos y ríen como locos sobre cualquier cosa. ¿Tenemos que domesticarlos? ¿Pero cómo? ¡Y las mujeres!, tan apagadas, tan maltratadas, ya mamás a veces con sus quince añitos, con solamente la escuela como base o menos aún. ¿Sería nuestra tarea inspirarles con vida, animarles, predicarles, enseñarles o qué, y cómo, y dónde empezar, Santa María mía?

¡Tuvimos que aprender tanto! No quisimos caer en la trampa de la autoridad de patrón, como los empleadores bolivianos se la muestran. Probamos otras maneras para hacer cara a la timidez, la desconfianza, la incredulidad, la tartajea, los reniegos, los sollozos, las caras veladas, el escapar, la sospecha, el huir, el negar y las charlas vacías. Los silencios que caen son tan profundos que me hacen oír gritos desesperados, y no sé si son los de ustedes o los míos.

Gran parte de nuestra energía se nos fue en encarar todo aquello.

Tuvimos la gran suerte de haber contratado a la joven pareja Martín y Rita, de casi veinte años cada uno, en 1990. Vivieron primero en el cuarto de atrás de la cabaña grande y, después de la muerte de Don Paz, en la casa antigua, ahora la recepción. Ya pronto nació su bebé Gabriel y se formaban una familia típica samaipateña, con la primita Yohana de ocho años de niñera. Es la familia indicada para aprender de su conocimiento de la vida en el campo. Son nuestros maestros. Y la convivencia con ellos nos hace entender mejor las penas, las luchas, las tristezas y las alegrías de las costumbres locales. De nuestra parte disponemos de un conocimiento muy diferente, de aquel gran mundo muy lejos del pueblo. Y los jóvenes no necesitan mucha imaginación para suponer que trabajar con nosotros conllevara consigo una promesa, que se iría revelando, sin duda, en un futuro momento oportuno. Estoy convencida de que ha sido esta relación especial con ellos, y con ustedes que los siguieron, que nos indicaba el camino para llegar a un estilo de trato muy beneficioso para todos nosotros y la Finca a la vez.

El gran tema fue ser responsable. Los que no querían asumirlo se fueron rápido. Y lo que nosotros hacíamos era desafiarlos a desarrollar sus talentos, a expresar su personalidad propia y a mostrar su buena voluntad. Para poder llegar al corazón de cada uno de ustedes tuvimos que mostrar nuestro corazón a partir del primer encuentro: ser directos y abiertos, ser las personas que somos. Y siempre con la salsa de humor encima.

En el camino desarrollamos unas normas y valores: no chismeamos en la Finca; admitimos los accidentes y fallas; no echamos la culpa a otros; no aceptamos el papel de víctima; las antiguas enseñan a las nuevas, las guían cuando lo necesiten, también en asuntos personales de mujer, o de hombre; somos solidarios; si no sabes suficientemente bien de aritmética vas a clases particulares de la maestra doña Dely en el pueblo. Para asegurar el respeto mutuo y combatir la discriminación que ocurrió hacia las collas por unas vallunas, me recuerdo que decidieron llamarse Don y Doña, y hablar de Usted entre colegas, un cierto periodo. Y nos aconsejaron aplicar multas, por un tiempo: Ya no sabíamos cómo solucionar el problema de olvidar cerrar las llaves de riego antes de irse a casa, la causa de pérdida de mucha agua.

A propósito no cerramos ninguna puerta, les dejamos cobrar y anotar los ingresos, y hacer las compras en el mercado. Les retamos a que nos digan qué trabajo coincidía con su ambición de aprender algo nuevo o con sus talentos innatos. Así aportaron los artistas entre ustedes a la belleza de la Finca de hoy. Formamos jefes para cada área de trabajo: la cocina y el café, el herbolario, la producción y el mantenimiento de las áreas verdes, la limpieza, y la parte técnica. Cada día, durante el famoso Chocolate a las diez y media, dimos clases de lectura o álgebra. O nos tomamos el tiempo para hablar de temas actuales, como las elecciones municipales, e intercambiar opiniones. Y les aseguramos: su futuro es más importante que nuestro hoy, entonces: ¿qué piensan estudiar al año? ¡Tantas veces me bajé a bailar en las fiestas de graduación del colegio nocturno! Me eché sin frenos a la muchedumbre bailando a solas. Mientras que, sus mamás, me protegieron ante los hombres hambrientos y me ayudaron a escapar, al filo de la medianoche.

Ya fue hace quince años que pegamos la palabra La Tribu a los que trabajan en la Finca. Salió la palabra espontáneamente. Habíamos llegado a una atmósfera muy especial, un fluir constante, un desarrollo casi autónomo, una dedicación personal de cada uno con sus propios talentos especiales, mujeres fuertes con autoestima y un futuro. Fue un logro. Aunque algunos nos defraudaron, robaron, mintieron o trataron aún de embrujar negativamente a todos los demás, nunca resultó ser el fin fatal de aquella atmósfera benigna. Lo aprovechamos más bien: una purga, al descubrir, al instante. Imagínense: nos fuimos a veces dos meses a Holanda a inspirarnos de nuevas ondas y dejamos la Finca en manos de ustedes, la Mabel como asistente en la oficina incluida. Y seguía funcionando suficientemente bien. ¿No es milagroso? Tengo que admitir que bajó la productividad y los ingresos eran menos, pero lo aceptábamos.

Llegan los años de pruebas con posibles sucesores. Nuestra edad ya nos obliga a pensar en un buen futuro de la Finca. Ustedes nos apoyaron, nos avisaron, nos advirtieron y hasta nos consolaron, como muchas veces vivimos un viacrucis. Tuvimos que estar todos convencidos de que la Finca iría a seguir con la misma atmósfera mágica. La Tribu se mantuvo firme hasta que encontramos, por fin, a la familia Ángel: gente con el mismo brío y fervoroso deseo de mantenerla igual y mejorarla aún. ¡Y ya pasaron más de dos años! ¿No es increíble? El tiempo corre tan rápido.

Me tomé una pausa. El proceso de escribir esta carta me causó llegar a una realidad inesperada y a la vez muy obvia. ¿A quiénes escribo esta ya larga carta? Es que una mañana me desperté temprano de golpe y, ¡me di cuenta que La Tribu ya no existe! Poco a poco ha ido desapareciendo. Pasé un día entero en que mi cerebro se llenó con nubes oscuras y no se me esclareció en ningún momento. Creo que estuve de luto. El día siguiente empecé a fantasear con cómo encantar a todo el equipo, los administradores inclusive, de tal manera que no les quedara otra que volver al ambiente benigno anterior. Pura nostalgia. Al tercer día me desperté tranquila y, ¡sorpresa!, renovada en la realidad en que vivimos. Y la observo:

Los hombres, muy prácticos, sucumben rápido al nuevo régimen: trabajan a sola con un programa semanal, y, aunque estén inmersos en sus tareas, me saludan animados de atrás de los barbijos. Las mujeres sí, me protestaron al principio: el trato es muy diferente al de antes, se me quejaban. Les retaba: díganles sus dudas, pongan sus límites, son maduras, ¡adelante! Lo lograron, cada vez me aseguran que están muy bien. En el Café Jardín las nuevas chicas me miran cual si no entiendan quién soy; su trato es amable, algo robotizado, como en cualquier restaurant; estoy de visita y disfruto de la comida. En la oficina veo sentados a Nathaniel o Narcisa, clavados a los aparatos de comunicación, muy ocupados. En el Herbolario encuentro la misma intimidad de siempre, allí siguen al menos jugando. Aunque, qué pena, el hogareño Chocolate, con todos juntos allí charlando a la mesa grande, desapareció por completo. Por el taller me saludan a menudo unas alegres muchachas armadas de utensilios de limpieza. La cantidad de personal parece estar doblada. Y la Finca se ve muy hermosa y rinde como nunca antes.

Desde aquí, en mi casita de escritora de Memoralia, me imagino un ratito caminar por la Finca. Desde la entrada subo con calma, como una visitante cualquiera: al andar me siento más y más agradecida hacia toda esa gente, deben ser todas personalidades, por haber podido crear tal parque de maravillas. Estoy ensoñada. ¿Dónde estará el Castillo? Subo y subo, y allí lo encuentro, ¡mi casa!, Akasha. Y la Cúpula de Atalaya. Me siento afortunada.

Les abrazo a la distancia, les digo adiós, su Melendre de siempre.

Samaipata, entre el 15 y el 24 de febrero de 2021.

Fotos adjuntadas:

– La cueva de las manos, Santa Cruz, Patagonia, Argentina

– La Tribu, sus hijos y las madres ‘niñeras’ de visita durante la hora del Chocolate, enero, 2005

– Almuerzo de despedido del año, con todo el equipo, diciembre 2020

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Comments (6)

  1. Nata Reply

    Que evolución! Que tribu! Que equipazo!
    Un reto para todos sobretodo porque la finca tiene movimiento, tiene vida y seguirá por que hay espíritus inquietos y curiosos que están en movimiento, aprendiendo de los retos que la naturaleza y la vida, te quieren enseñar .
    Me siento feliz cuando la tribu ríe porque siento que aunque todo trabajo exige sacrificios y responsabilidades nuestro entorno y la atmósfera nos inspira a seguir.
    Gracias Melendre por ese espíritu inquieto !

    Somos afortunados ☺️

  2. Melendre Reply

    Una compilación de comentarios por WhatsApp:

    25/02/2021, 17:38 – Ana Patricia: Buenas tardes acabo de leerlo muy lindas y profundas palabras y solo me queda agradecerles a ambos por cambiar tanto el papel de jefes a líderes de un trabajo, gracias por enseñarnos a todos a perder la vergüenza la timidez a darnos confianza a darnos responsabilidades para que nosotros mismo busquemos nuestros propios caminos gracias por siempre preguntar. ” cuando te vas a estudiar” cómo van las clases ” gracias por todo el cariño respeto y cumpleaños festejados con nuestras tortitas ❤️😃

    25/02/2021, 19:57 – María Campos: Muy linda la pequeña historia muy interesante y increíble como pasan los años y feliz de saber que hoy estén muy contentos x la finca esta en buenas manos.. Felicitaciones lindo logo☺️☺️☺️

    25/02/2021, 21:31 – Heidy: 😍que hermoso..!!☺️☺️👏🏻
    25/02/2021, 21:31 – Heidy: Muy bonito

    25/02/2021, 22:35 – Justina: Fue hermoso leer la historia de la finca y nostalgia recordar tantas cosas vividas
    La finca me enseño muchas cosas responsabilidades y buena convivencia gracias a ustedes gracias por sus palabras aprendí a ser mas fuerte

  3. Ximena zamora Reply

    Wow apreciar que para ser Todo inicio repara incertidumbre , temores a nuevas percepciones , aceptación adaptarse al caminar como una tribu se la siente porque es así como se avanzó .El tiempo transcurrió y es en el trono que se observa cómo el reino amplia territorio la tribu se modifica sin perder la esencia la raíz del príncipio la conformación de la finca la víspera… excelente relato de lo fue es y será

  4. Jorge Reply

    Vocación de servicio. Es lo que a ustedes les fluye por las venas. Entonces la “Tribu” deja de ser un nombre anecdótico y cobra una fuerza que pocos pueden entender. Espero que la nueva Víspera continúe tan noble labor.
    Sea cual fuere el destino de la finca, un trabajo arduo fue realizado, y ese “adiós” que dices al final es el descanso merecido.

    Me imagino a ustedes sentaditos en la tierra húmeda, con sus ropas de trabajo donde la tarde noche les invita a descansar, deleitándose a carcajadas de alguna travesura de algún miembro de la Tribu. Qué lindo.

  5. Jose luis Vega lopez Reply

    La Finca La Víspera tiene una larga historia de sueños, proyectos y realizaciones, una historia de aprender y escuchar a la gente. Los que hacen historia son los protagonistas y principalmente los que la escriben. En octubre de 2019 como parte de la historia de La Víspera aparece “Melendre” y de protagonista pasa a Escribana y junto al Conquistador de su corazón, bebiendo chocolate, empiezan a recordar y hoy tenemos 18 títulos de la historia de la Finca La Víspera.
    En su primera entrega con el título “Desde mi Gabinete”, Melendre en partes decía:
    “Déjame contar ahora el sueño que tuve hace más, de veinticinco años atrás: vivo en la colina de la finca, en el área que ahora se llama el Parque Nativo. Me encuentro muy contenta con mi vida y sigo llena de energía. Cada día salgo a hablar con las plantas y abrazo los árboles en mi paradisíaco ambiente pintado de todos los tonos verdes. Canto con los pájaros, y los animalitos e insectos son mis vecinos cohabitantes de la misma colina. Estoy feliz, encanecida, y llena de humor e ironía sobre los hechos de la gente y el mundo. Mi hogar es una cueva caliente, aromática, acogedora, donde tengo todo lo que necesito para el bienvivir, simple y adecuado”.
    Hoy Melendre nos entrega el título “Querida Tribu” y con mucho cariño expresa su agradecimiento a toda la gente linda, sencilla y de noble corazón, que les ayudaron a construir Finca La Víspera. Los sueños los construyen con la gente. Cito dos párrafos de la canción de Pieter de Raad, en homenaje al sitio arqueológico El Fuerte.
    Oh mágica montaña tallada
    Las tribus te hicieron Sagrada

    https://youtu.be/mnGxpG7Vg1M

  6. Rosa Leny Rodriguez De Vega Reply

    Melendre, me encanta, me enternece la forma de expresarle, amistad, respeto y enseñanza a las personas que que trabajaron en el proyecto La Víspera.
    Mi querida Tribu, es un Tributo a la gente, a las madres, mujeres y niños que crecieron y andaron por los senderos de la Finca.
    Hoy en día La Víspera, es uno de los atractivos más singulares de Samaipata y les llegan visitas de todas partes del mundo.

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