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20. Vagar.

Durante todo un mes me permití apagar la voz de cuentacuentos del anterior relato. Ya no quería escucharla, esa voz obsesiva e involucrada en los líos del país. Sí, me quedé en la celda con Jeanine Añez, la ex presidenta, una vigilia silenciosa, a su lado.

Esperé hasta el nacimiento de otra voz, una voz que fuera suficientemente de mi agrado, para poder seguir contando otra parte de la historia de la Finca, la razón principal, pues, para escribir este blog. Y suena así:

Una amiga de Holanda me trajo la nueva edición de enero de 1990 de Opzij, traducido: Abran paso, la revista feminista más conocida de aquella época. Fue justo cuando me preguntaba qué iniciar ahora, luego de los cuatro años intensivos con los socios de la Asociación la Naturaleza en el pueblo de Samaipata. Sembrar hortalizas y dar clases de cocina a las mujeres del Club de Madres nunca me iba a satisfacer lo suficiente, llegó la buena hora receptiva para embarcar en un nuevo reto.

Milagrosamente tropiezo con una entrevista a una ex colega. Ella se había reinventado, igual que yo, y cuenta sobre la fundación de Artemis, una agencia de viajes para mujeres aventureras. Me enardece al instante. Anuncio hacia la dirección de la cocina, donde él está preparando el almuerzo: “¡Voy a mostrar mi Bolivia a mujeres holandesas!” Y el encanto de la carta de la respuesta desde Holanda me impulsa a iniciar nuestra actividad turística bajo el nombre de Boliviajes, que manejaremos durante un cuarto de siglo.

Folleto de los años ’90 y un poco más, arte: acuarela de la autora

En el mismo periodo estamos acabando la construcción de una nueva casa, Cabaña ‘La Víspera’, para hospedar mejor a nuestros amigos, que más y más ya se aventuraron a visitarnos. Sin darnos cuenta salió muy grande y seguro tendrá espacio para doce turistas, la cantidad máxima de personas que estoy planificando manejar como guía de la expedición. No va a ser un viaje de puro lujo, no no, ocuparemos mayormente transporte público local, bus, micro, tren o camión. O por trechos caminaremos simplemente. Les haré vivir la Bolivia verdadera, por supuesto.

Aquí y ahora, otra voz trata de apoderarse de mi cabeza y me pregunta: cuéntame, ¿puedes imaginarte guiar un grupo de mujeres feministas y mayormente lesbianas por la Bolivia de hoy, te atraería? ¿Qué te gustaría mostrarles? ¿A quiénes quisieras que ellas puedan conocer, entrevistar? ¿Qué música boliviana les deberías hacer disfrutar? No, escúchame, aparte del Covid, no te escapes, ¿lo harías? ¿No, no te animas, NADA?

¡NO!, de ninguna manera, la Bolivia de hoy no me inspira, responde mi voz decidida y muy propia. Y, como ya recibimos las dos inyecciones de anti-Covid19, no puedo evitar que el relato del nacimiento de ‘Boliviajes’ se me escape y se cruce con el súbito e imparable deseo de irnos de viaje ya ya. Abrimos el gran libro de atlas de todo el mundo para ensamblar el largo viaje próximo de mínimo medio año, si, ojalá, las restricciones nos lo permitan.

Y como los días ya se ponen muy oscuros, nebulosos y fríos, nos envolvemos en una nube de recuperación de recuerdos infantiles, mientras tanto, un muy agradable pasatiempo para dos setenteros lúcidos, mientras dure. Nos interrogamos entre los dos para hacernos entender más al fondo a cada uno, como me imagino cada pareja jubilada y feliz lo hace cuando le toca llegar a tal punto de una mediana larga vida.

Nos preguntamos, ¿de dónde vendrá ese fuerte deseo de la ‘lejanía’? ¿Es por causa de mi ascendencia de exploradores navegantes, y de él la de peregrinos y eremitas? ¿O estamos simplemente drenados de inspiración? ¿O somos un par de frustrados, escapistas, acomplejados, aburridos? No, no lo creo. Debe ser por algo innato que la llama de curiosidad no se deja apagar, aun no por una edad ya avanzada.

Y así redescubro que de niña ya me gustaba escapar de la casa. Pasó a mis tres años, un lindo día de verano, que una mujer me encontró caminando contenta a solas en la calle. Me agarró de la mano y me llevó a la estación de policía más cercana. Allí me encontró mi madre. Y, en el momento mismo que ella me llama, se formó unos de mis primeros recuerdos muy claros: estoy sentada encima del escritorio, entre el teléfono negro y la gigante máquina de escribir. El policía de turno me sonríe de vez en cuando, apartando la vista de su silenciosa tarea administrativa. Cuando escucho la voz tan conocida me siento molesta por la interrupción: no me fue suficientemente largo el tiempo para conocer más a fondo esa nueva esfera de otro mundo.

Viajar lo llevo en la sangre. Mi papá viajaba por todo el mundo a vender máquinas industriales holandesas. Y mis abuelos paternos venían ambos de Hoorn, un puerto famoso y antiguo, ubicado en la costa del pequeño Mar del Sur y, desde que le pusieron un dique de cierre larguísimo de defensa contra la marea alta el siglo pasado, un lago grande en el corazón de los Países Bajos. Por siglos la ciudad de Hoorn enviaba a sus hijos en naves de velas grandes a atravesar los mares del Norte hacia los Países Bálticos hasta Siberia y a cruzar los océanos hacia los países costales de África, hacia Brasil a vender a los negros esclavizados, y hasta las Indias del Lejano Oriente a traer las preciosas especias. No fueron solamente grandes navegantes y constructores de barcos, sino también hábiles comerciantes y negociadores refinados.

‘Navegare necesse est’, placa conmemorativa de la navigación hacia el Lejos Oriente a partir de 1595, colocada en 1945 en la Torre de las Lágrimas, Ámsterdam.

Un detalle, me interrumpe la voz narradora histórica, quisiera adjuntar algo de interés, tal vez, para mis queridos potosinos o descendientes de aquella ilustre ciudad: durante los ochenta años de guerra (1568-1648) contra la España del rey Felipe II, nuestro gran almirante Piet Hein sabía agarrar la flotilla española llena de plata potosina, 177.000 libras, en la bahía de Matanzas, Cuba, en septiembre de 1628. Y, luego, al final de la misma guerra, los holandeses vencieron la flotilla de ‘El Imperio’ de aquellos tiempos, justo frente a la costa de Hoorn. Es algo que hasta hoy día se festeja cada vez que los buceadores aficionados encuentran otro buque naufragado español de aquel combate naval. Y se ríen, los holandeses, tan pequeño el país y tan audaz.

Mi padre viajaba como sus antepasados, enfocado en ganar dinero para mantener a su familia, para realizar su sueño de ser resuelto hombre capaz, siempre eficaz, sin muchas vueltas volando largas horas, a través de una agencia de viaje de renombre, y de un viaje de unos días hasta unas semanas, en línea recta, ida y vuelta, a casa. Y siempre volvía con un regalito especial de cada país para cada uno de la familia.

A cambio, mi mamá nos llevaba en tren a mi hermano y a mí, de siete y ocho  años, a pasear unos días por Ámsterdam. “Vamos a vagar,” era la frase que ella solía usar cuando nos íbamos de viaje. Y Ámsterdam era su especialidad, donde vagar es increíblemente delicioso. Nos presta la casa una de sus muchas hermanas, que está de vacaciones en otra parte del país. Temprano a la mañana compramos, más cómodo, una botella de leche con avena en la lechería de la esquina, solo hay que calentarla. Y todos los días vagamos: primero ella nos lleva a la zona de los teatros pequeños y de los cafés nocturnos de los artistas, y los que están barriendo y aireando los locales nos permiten entrar un ratito a ver, a olfatear el ambiente. Luego caminamos a través del barrio de las damas vestidas escasas, no son muchas a esta hora, y las miramos como si fueran maniquíes sentadas o de pie cada una detrás de su propia ventana, para llegar a la antigua Torre de las Lágrimas (1487). Allí nos imaginamos las escenas de mujeres e hijos llorando al despedirse de sus maridos y papás marineros, no se sabe por cuánto tiempo y quizás será para siempre.

La Torre de las Lágrimas, pintura al óleo, Coen Greive, 1865, Ámsterdam.

En tiendas hermosas nos hace sentir con los dedos la diferencia entre las telas de seda, lana, algodón y las sintéticas, nos embarcamos para cruzar los canales y admirar las casas antiguas en los muelles, al medio día comemos bocadillos con arenque fresco de un quiosco de pescado, nos embobamos ante el teatro de títeres al frente del palacio de la reina y entramos en el beguinaje silencioso de la Edad Media donde aún viven puro mujeres solitarias, mientras la voz de cuentacuentos de mi mamá nos hace pequeños relatos, indicándonos todos los muchísimos detalles invisibles para los no iniciados.

Caminamos y caminamos por callejones y calles transversales al gran mercado de segunda mano a curiosear, al cine más hermoso del mundo Pathé Tuschinski de estilo Art Déco, al Museo Municipal a tocar los paneles de madera hechos por su abuelo, nuestro bisabuelo, el maestro ebanista, y al Museo del Reino a ver el cuadro que tapa toda una pared ‘La ronda de noche’ de Rembrandt, donde mi hermano se cae sobre su trasero por mirar las escenas en las alturas muy de cerca. Y cuando tenemos que hacer pipi nos lleva a un salón donde comemos hambrientos los tres un panqueque con manzana, tocino y sirope cada uno. Y con nuestra barriga llena y feliz mamá nos mira y anuncia:

“De verdad, ya no tengo piernas”. Mi urbanita mamá guapetona siempre anda en zapatos de tacones, los clásicos medio altos. Tomamos el tranvía que ya llega, nos quitamos el polvo en el baño rapidito y contentos nos echamos hopaké juntos a la cama grande de los tíos. “Ahora a dormir, mañana otro día”, suspira ella.

Recuerdo el cuadrito del ala del ave migratoria Coracias garrulus, el rodillo europeo, un seductor acróbata volatinero que Albrecht Dürer pintó en 1512. Durante años ya lo vengo guardando en el álbum de fotos. Aquí lo puedo pegar.

Y siento una mano acariciar mi cabello y escucho la tan conocida voz narradora, mientras observamos el cuadrito juntas, contarme: esta gran obra de arte te mueve cada vez que la ves. Los colores, la técnica, las plumas invitan a ser tocadas. Te pierdes en el azul ultramarino preparado del costoso lapislázuli que viene de muy lejos sobre el mar. Recién está muerto el pájaro, se cayó del cielo, un accidente aéreo. Me imagino que se lo llevaron al gran maestro medieval, un experto en dibujar animalitos. Y él vio la oportunidad de dibujarlo al instante y colocar la pintura encima, antes de la pérdida de la intensidad de los colores por la muerte. Y mira, inclusive, la mancha más roja arriba a la derecha, debe ser la sangre fresca del corte. Expresa todo lo que en realidad quisiste transmitir, Meli, no necesitas alargarlo más.

No, espérame, tengo que compartir una buena noticia: ya puedo desplegar mis alas. Conseguimos por fin los boletos para volar a Europa, para cumplir la promesa de ir a visitar a los Finlandeses, a buscar la respuesta al qué y al cómo ellos resultaron el pueblo más feliz del mundo ya por cuarta vez este año. Nos moveremos en tren, en barco, en bus, en bicicleta, o como sea, caminando, y nos entregaremos al arte refinado del vagar.

Samaipata, entre el 29 de abril y el 28 de mayo de 2021

NOTA: https://www.ingeduijsens.nl/scharrelaars Imágenes de los Rodillos europeos, Inge Duijsens, Hungaria, 2016

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Comments (5)

  1. José Luis Vega Lopez Reply

    Muy interesante saber de los ancestros navegantes de Melendre y una gran  oportunidad para seguir la Historia.
    Hoorn creció convirtiéndose en uno de los principales puertos de la Holanda del “Siglo de Oro” desde donde zarpaban naves a las Indias Orientales . De esta ciudad también, zarparon famosos expedicionaros, como Jacob le Maire y Willem Schouten quienes descubrieron el Cabo de Hornos cuyo nombre es en honor a la ciudad de Hoorn. Jan Pieterszoon Coen fue uno de los principales fundadores de las Indias Orientales Neerlandesas la actual Indonesia.

    Ámsterdam se convirtió en el centro comercial del mundo, y Rotterdam en el centro naviero, al comienzo del siglo XVII los holandeses tenían en servicio más de 10.000 barcos mercantes de distintas clases, cerca del 60 % de la flota marítima mundial.

    Estamos felices que Melendre y el Trovador nuevamente puedan VAGAR por el mundo.

  2. Rosa Leny Rodriguez De Vega Reply

    El espíritu viajero de sus antepasados nunca se detuvo para Margaretha y Pieter, y estoy segura que su próxima travesía por el mundo encontrarán las huellas de sus ancestros holandeses conquistadores del nuevo mundo.

  3. Jorge Reply

    Qué lindo relato de Melendre, a través de tus ojos pudimos descubrir un poquito de Ámsterdam. Sí, siempre será la niñez que nos recuerde lo que eventualmente olvidamos, nuestros gustos primarios.

    Son tiempos difíciles, pero celebro tu pronto viaje al “Pueblo Feliz” en busca de respuestas, y lo que puedas compartir de esa experiencia, porque desde mi humilde punto de vista, creo que es más eficaz para nuestra sociedad la felicidad que el miedo.

  4. Ximena zamora Reply

    Vagar tiempo necesario de
    Viajes constantes al pasado ,al presente ,al mañana cercano búsqueda constante de acercamientos internos de caminos que llevan al encuentro de ser aceptar lo que lleva a que sea uno , el arte acompaña como expresión, los lazos familiares emergen como caricias de deseos internos de recorrer de permanecer … me gusto “Vagar”

  5. Bill Powers Reply

    Gracias, super bella!!

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