Durante el asedio de Samaipata entré a Facebook de vez en cuando y vi la foto de una tropa de burros en un camino con el texto “los Masiburros ya llegaron a Comarapa” que me hizo reír, todavía. El video con los hombres salvajes con palos y dinamita atacando al pueblo y el claro sonido urgente de las campanas de la iglesia me causaron escalofríos. La vigilia de los samaipateños cuidando a su pueblo no me tranquilizó lo suficiente como para poder dormir bien. Y al final del asedio, cuando vi la última foto de los cuarentainueve bloqueadores, aprendidos y sentados en la carretera, me pasó algo inesperado. La acumulación de tantas emociones y la lucha entre bolivianos prácticamente al lado de mi propia casa, me hicieron abrir el absceso mental que ni siquiera yo era consciente de que lo hubiese estado alimentando.
Mi primera reacción al ver justo la última foto fue: mira, pues sí, son todos indios, perdón, campesinos. ¿Todos campesinos? Ahora son constructores, jardineros, cocineras y estudiantes de administración de empresa, también. Son los hijos ya de tercera y cuarta generación desde su inclusión como ciudadanos en mil novecientos cincuenta y dos. Y todavía siguen bloqueando, protestando, amenazando, atacando. ¿Exigiendo elecciones más tempranas, por miedo a ser excluidos, abandonados o a no ser reconocidos como ciudadanos otra vez? ¿Por perder el poder del MAS en manos de los partidos de antes y los de siempre, ahora bajo nombres nuevos? ¿Son salvajes, bestias, criminales, hordas, burros? Y si los fueran, ¿por qué los son?
Algo enorme muy pesado amenazó con soltarse de mi sistema. Corrí a mi gabinete a escribir el nuevo relato del mes. Y una vez allí, ya escribiendo y entrando en un calor sublime, me entró la duda: ¿podría escribir sobre el tema, persona ajena a este conflicto tan complejo, la gringa de m(..) siempre?, mejor que no se atreva a meterse. Pero ya vivo treinta y siete años con esta realidad sensible, y ¿no tengo el derecho de escribir sobre algo que encuentro con cada paso que pongo afuera de la seguridad de mi casa?
Felizmente leí un grito del corazón de un joven escritor filosófico, ex pitita, Julio Antelo Reimers, que mostró empatía por los bloqueadores, ¿el principio de un diálogo quizás? Lo que me dio el coraje de seguir. Su artículo me hizo recordar la famosa carta ‘Yo acuso’ de Emile Zola, contra el antisemitismo, es que ambos escriben sobre el poder estatal que se vuelve perverso. En No voy a ser cómplice, parte 2*, me revitalizó lo siguiente:
“¡Si yo también fui bloqueador! (…) ‘Es para el bien de todos,’ decía en el paro largo, cuando le impedía el paso a una mujer en moto. ¿No piensan así los bloqueadores del ex gobierno? En vez de la rabia, de la impotencia que siento, ¿no debería sentir pena? Imaginate lo poco que tenés que tener para ir a arriesgarlo todo, dinamita bajo en mano, a un punto de bloqueo. Imaginate la desesperación para pensar que no hay otra manera de defenderte. La impotencia es la madre de la violencia.”
Mi caso propio es que estoy convencida de que cada boliviano, de los más blancos hasta los vallunos, de los cambas, collas, chapacos, aimaras, benianos, chiquitanos y guaraníes, de miembros de mini- naciones y otras tribus hasta todos los mestizos y los más originarios indígenas nativos, que cada uno de ellos guarda un gran secreto en su ser. ¿Dónde empezar a compartir mis tantas experiencias con ‘las mascaradas, las fachadas, los disfraces y los corazones de piedra’?, expresiones que usan las pocas personas que me tratan de explicar el porqué. ¿Cuál por qué?
El porqué de no mirarme a los ojos, de las agendas escondidas, de no compartir lo que realmente piensan, del hablar solo en superficialidades, de tantas veces decir ‘no lo sé’, del esconderse, del mirar al piso, del hablar en frases de una sola palabra, es que apenas sabe leer, o al contrario, en frases de miles de palabras en una sola exhalación, porque sabe leer el periódico todos los días, de no tomar responsabilidad alguna, de echar la culpa siempre al otro, a la historia, a la colonia, al mal gobierno, a la falta de educación, siempre lamentando, de no dedicarse de corazón, de huir cuando hace un errorcito, del demasiado reír, o reír nunca, del llorar de golpe o llorar nunca, de las tantas obvias mentiras, de dejarme la iniciativa a mí, de siempre decir sí en vez del no, que es lo que es que piensa, del simular, de la falsedad, la formalidad, la cortesía, la falta de espontaneidad. ¿Cuál secreto esconden atrás de todo este conducto? ¿Por qué es tan difícil explicármelo, porque no tienen las palabras? Las voces se cortan, los ojos se llenan con lágrimas o sombras indescifrables, los cuerpos se endurecen, se disculpan. Debe ser por abandono, una pérdida, una enorme tristeza, un alma muy herida, un pudor gigantesco, por violación, ¿por un complejo de culpa, tal vez?
Mi pesar es que tengo que buscar cada vez en cada encuentro el exacto trato correcto hacia cada boliviano que encuentre. Y nunca se los he podido decir antes. ¿Por qué? Creía que yo tuve que participar en la mascarada y ya no quiero. Es tan cansador. Es que casi siempre soy yo que pongo mi energía en una relación, y no me la devuelven, no comparten. Hay tantas sutilidades y matices y clases y segregaciones y tratos diferentes que cada persona espera de mí, es un estudio entero aparte. Aquí lo tienes. Siento tanto alivio de haber podido arrojar estas palabras. Y cada dicho en esta lista exhaustiva esconde una historia real, no son fantasías exclusivas mías. Un ejemplo:
Un día sábado don Paz, el cuidante de la Finca, salió al pueblo sin avisarnos antes. A su vuelta recibió una reprimenda, que en seguida resultó en una exclamación de lamento suyo, gimiendo y pidiéndonos: “¡Pégame, por favor, pégame!” Y ya se dobló su cuerpo para recibir la paliza. Asustados nos miramos y logramos tranquilizarlo. Y él que cada día me canta, lo acompañaba, agarrado a su brazo, tomando el bolsón de compras de su mano, hacia su casita, explicándole en voz paciente de nuestro convenio otra vez. Entonces fue que entendimos que don Paz había sido criado como esclavo. Luego nos confiaba de a poco y me compartía, yo sentada en su cama antes de que él fuera a dormir, ya de noche, fragmentos de su larga vida. Se acordaba del primer camión que pasaba por la carretera, de la guerra del Chaco a la que él felizmente no fue llamado, es que nunca tenía un carnet ni un certificado de nacimiento, que tardaba tres días en mula para llegar a la ciudad, que había tenido a una mujer en su pueblo de origen de Pampagrande, que su hijo ya se fue a la Argentina hace veinte años y que no supo más de él, que los perros también tienen un alma, que el cuchillo en el piso dirigido a la puerta servía para frenar la entrada del mal, seguido por: “Aunque sé bien que usted no lo cree”. Y cuando contaba de sus vidas anteriores, guardando los terrenos de varios reconocidos samaipateños, que lo hicieron dormir en el piso o debajo de un árbol, su rostro hizo una mueca de asco. Y se ponía pensativo, se encerraba en sí mismo, miraba sus manos encima de la colcha y ya no hablaba más.
Para salir de mis dudas si podría escribir de este asunto y que no fuese una invención mía, pedí una conversación por celular a Ovidio, el escritor con quien podemos hablar siempre tan bien con toda franqueza de ambas partes. Una vez él nos compartió que uno de sus abuelos se casó con una mujer india y que la familia de la clase alta sucrense les obligaba a mudarse a vivir al sur del país. En otra, nos contó cómo descubrió, estudiando en Buenos Aires por cuatro años, que se sentía tanto menos que los argentinos por ser solo boliviano. Y que poco a poco se dio cuenta que fue algo que todos los bolivianos tenían en común y que no hablaban de este complejo nunca. Durante la llamada lo ametrallé con decenas de preguntas, pero mi pregunta clave fue si el argumento ‘somos todos mestizos’ conlleva la solución, tal vez siquiera un poquito. “NO”, gritó, “ES PURO DISFRAZ OTRA VEZ. El problema clave es nuestro complejo que oscila entre sentirse inferior y superior al otro. Es en realidad un complejo psicológico. Los políticos lo aprovechan y nos dividen aún más. Y casi nadie se atreva a abrir la boca”. “¿Y tú?,” le pregunto, “¿en tu nuevo libro, escribes sobre este complejo?” Y Ovidio responde: “No, sí, algo, creo”. Gracias Ovidio por decirme: adelante Melendre, no eres ni gota loca.
Al final le pregunto: “¿Conoces el libro ‘La esperanza prometida’ de la samaipateña Lenny Sempertegui? Lo leímos hace diez años con todo el personal durante la pausa de la mañana, cada uno con su ejemplar propio. Se trata de una familia valluna campesina y del largo proceso de liberación de penas de la protagonista. Había mucho reconocimiento y, en especial las mujeres, lloraron. Y al terminar el libro Lenny vino y respondió las preguntas restantes, y hubo un intercambio hermoso, aun cauteloso, fue un primer paso. Estoy tan curiosa de leer libros sobre el tema, particularmente los escritos por los hijos de los campesinos mismos. ¿Ya salieron algunos?” “Te lo averiguaré,” me promete Ovidio.
¿Qué sería ahora de Bolivia si Evo Morales hubiera tenido una cuarta parte de la sabiduría y el conocimiento de un Mandela? Si conoces a un/una Mandela, avísele que llegará su hora. Que no se esconda más.
La noche pasada, ya agotada de tanto pensar, me puse afligida por oír el petardeo del asedio de la alcaldía esta vez. Desde mi cama sonó como si fueran bombardeos de guerra. Y de costumbre cuando no puedo dormir y necesito a otra, estrecho mi brazo izquierdo hacia afuera de la cama y abro mi mano con la palma hacia arriba esperando a una que me la agarrare. Y la que me apareció fue Bolivia Mágica, ella misma, aquella antiquísima mujer hermosa y fuerte, ahora desgreñada, flaquísima y escalofriada. Me pidió calentarla, temblando se acurrucó en mis brazos, nos amalgamamos, y logré dormir hasta la madrugada.
Samaipata, entre 10 y 26 de agosto de 2020
Fotos adjuntadas:
- Ejti Stih, 2018, Bolivia
- Niño anónimo, Michigan Art Education Association, 2019, EEUU
- Mujer vieja rodeada de máscaras, James Ensor, 1889, Bélgica
Gracias Melendre, por la libertad de ser quien eres. Un genial espejo de libertad, sin máscaras, humana, comprensiva también. ¡Un abrazo!
Compartimos los sentimientos que expresas al ver a nuestra querida Samaipata, shoqueada. Sin embargo tomando lo bueno, hizo despertar a quienes queremos este lugar nuevas formas de unirnos y buscar el bien de todos. Descubres muy bien en “El Secreto” las raíces de amargura por ser pobre, indio, mestizo. Al fin que de bueno nos dejó pensar así? Es hora de romper este círculo vicioso, y contruir el virtuoso.
El relato y la tristeza de Melendre, me conmovió el corazón y recordé el fatídico siete de agosto de 2020 en Samaipata, así como la madrugada de sábado ocho de Agosto, que junto a mi esposita nos desvelamos escuchando las explosiones de petardos en nuestra casa, que esta ubicada a seis cuadras de la carretera, lugar donde estaban instalados los bloqueadores, quienes como vándalos ingresaron al pueblo.
Para muchos es difícil entender lo que pasa en Bolivia y más aún para los extranjeros, e incluso para los que ya son bolivianos de corazón, por estar afincados en nuestro país hace años.
Durante muchos años, para promocionar el turismo, la Bolivia proyectada era la del humilde campesino aimara con su Llama (Mamífero), en el inhóspito altiplano o en su canoa de Totora en el lago Titicaca, estas imágenes siempre fueron la fascinación de los turistas llegados de todo el mundo y los Chullos (gorros de lana), los ponchos y Aguayos decoran sus casas. Esta cultura promotora del turismo, es la que ahora , gracias a los catorce años del Gobierno Socialista de Evo Morales, dicen ser la que tiene el derecho gobernar y adoctrinar toda la cultura de Bolivia.
Pocos son los turistas extranjeros que visitan a las comunidades indígenas del Oriente y conocen la cultura Guaraní, Chiquitana, Mojeña y las otras 31 etnias del Oriente Boliviano.
Todos saben y expresan Pachamama (Madre Tierra) Ama Sua (No seas ladrón), Ama Llulla (No seas mentiroso) y Ama Quella (No seas flojo), incluso la Organización de Naciones Unidas (ONU) los incluyo como principios.
Pocos saben de Tupá (Dios) Viakatu (Vivir en plenitud) Mborayhu (Amor) Arapy (Universo) y Che Rendumi (Perdón), expresiones del idioma Guaraní.
Lo he dicho muchas veces, cuando Melendre escribe con el corazón abierto, plantea sus pensamiento en un estilo literario único, que a mi, aunque tenga que ponerle las comas y puntos imaginarios, me cautiva. Ella escribe y pregunta y lector tiene que responderle y responderse.
Citaré parte de El Secreto que quiere reflejar Melendre cuando dice.
“Mi caso propio es que estoy convencida de que cada boliviano, de los más blancos hasta los vallunos, de los cambas, collas, chapacos, aimaras, benianos, chiquitanos y guaraníes, de miembros de mini- naciones y otras tribus hasta todos los mestizos y los más originarios indígenas nativos, que cada uno de ellos guarda un gran secreto en su ser”
En mi caso como Camba, quiero revelar mi Secreto y decir que por mis apellidos soy descendiente de españoles de origen Sefardí y en Bolivia soy Mestizo, no soy Aimara y soy habitante del Universo.
Y como habitante del universo, que recorro el mundo en mi Nave Ontica, entiendo a Melendre que dice :
“Mi pesar es que tengo que buscar cada vez en cada encuentro el exacto trato correcto hacia cada boliviano que encuentre. Y nunca se los he podido decir antes. ¿Por qué? Creía que yo tuve que participar en la mascarada y ya no quiero. Es tan cansador. Es que casi siempre soy yo que pongo mi energía en una relación, y no me la devuelven, no comparten. Hay tantas sutilidades y matices y clases y segregaciones y tratos diferentes que cada persona espera de mí, es un estudio entero aparte. Aquí lo tienes. Siento tanto alivio de haber podido arrojar estas palabras”
yo digo y prometo que cuando la maldita Peste lo permita y me encuentre con Melendre y su galante Trovador, me sacaré la máscara y le diré que la admiro y la quiero mucho y le pediré perdón por todos los bolivianos que le causaron tristeza y también le pediré que me cuente las historias de todas los momentos de alegría que vivió en Bolivia.
Hoy declaró que Melendre es mi ANGIRU (Idioma Guaraní que significa Compañero del Alma y también lo utilizan para decir Amistad)
Todo lo escrito en el capítulo El Secreto, refleja las vivencias de una de mis escritoras favoritas. Y yo también estoy indignada, molesta y dolida por lo ocurrido en el hermoso y pacífico pueblo de Samaipata, y como todos sabemos de dónde se originan los bloqueos del pasado 7 de agosto, quiero referirme a la máscara de Evo Morales.
Evo Morales nunca tuvo ni un ápice de ser un Mandela, puesto que su máscara de humilde campesino, estuvo respaldada siempre por la Federación de Productores de coca del trópico de Cochabamba. Evo Morales desde que fue nominado como Secretario de Deportes de la Federación de cocaleros, recibió el apoyo económico y político de los productores de coca. Éste respaldo le permitió desarrollar su vida sindical hasta llegar a ser presidente de Bolivia.
Es bueno remarcar que sembrar coca es el cultivo de mayor ganancia en Bolivia, tomando en cuenta que de acuerdo a estadísticas de organismos internacionales el 70 % de la hoja de coca que se produce en el Chapare es destinada al narcotráfico. Y para tener idea de la dimensión, cito un dato que es de conocimiento público, para elaborar un kilo de cocaina pura, se necesitan 375 kilos de hojas de coca.
Si alguna vez Evo Morales tubo un sentimiento de hacer algo bueno por Bolivia, sus maestros Fidel Castro y Hugo Chávez le llenaron la cabeza con todos los vicios del socialismo del Siglo 21.
Querida Melendre gracias por escribir tanto y tan bien. 👌 Puesto que nos aviva el pensamiento y nos permite la práctica libre de la opinión y de la crítica.
Es liberador sacar a la luz temas como el complejo, que en alguna medida cargamos los seres humanos. Si lo mantenemos en secreto nos pesará, pero si vamos soltando, aceptándonos y amándonos tal cual somos, se disolverá. Al ego le encanta que tengamos complejo en nuestro corazón, para así mantenernos separados y desconfiados de los demás.
El secreto está en el amor…
Gracias querida Melendre por llevar luz en tus palabras y escritos.