Por más que quiera ya seguir con la historia de la finca, me quedo atrapada en el principio de nuestra nueva vida en Samaipata. No es tanto por mi propia voluntad, es más por algo que me empuja a profundizar el comienzo de esta historia. Busco las raíces del cambio fuerte que dimos al curso de nuestro camino: dejábamos la vida cómoda, la familia, la vecindad agradable, las expresiones culturales, los conciertos, las librerías, las amistades y los sueldos más que suficientes. Quizás este atrape esté relacionado con la urgencia con la cual tratamos siempre de inculcar a los jóvenes que conocemos, o a los nuevos que encontramos: que no te conformes ni te contentes con lo que parezca ser tu futura vida. ¿O será por la simple razón de contarla más completa? ¿O por mi propia curiosidad? Cuántas veces ya explicamos a la gente el por qué y el cómo de nuestra llegada aquí, y cuán simple es cada vez la respuesta: éramos mochileros y nos enamoramos de su país. Tan simple no fue, hay mucho más por abajo.
A mediados de noviembre de 1981 volamos a Lima, Perú, donde empieza nuestro viaje alrededor del mundo de un año. Durante meses habíamos pensado a dónde ir primero, todo el mundo está a nuestro alcance. Aún en 1978 habíamos visitado Cuba, un viaje de tres semanas, que combinaba el estudio de su sistema socialista, vacaciones en sus playas hermosas y el disfrute de la música y el baile cubano delicioso. Escogimos a Latinoamérica como primer destino, atraídos por la fama de movimientos de liberación revolucionaria, en contra de la pobreza y la dictadura, que significaban una gran inspiración para los vanguardistas en Europa. Los libros del brasilero Paulo Freire, la educación de los oprimidos, la teología de la liberación en favor de los pobres, la brutal matanza de Allende, la dictadura en Argentina, las teorías reveladoras del mexicano Ivan Illich y las voces de Mercedes Sosa y Violeta Parra, todo aquello había dejado vestigios en nuestro modo de pensar. Y nuestros ojos llevaban las gafas coloridas por aquella información.
Decidí desempolvar las cartas viajeras dentro de los cachivaches de nuestro pasado. Los últimos días estuve absorta en las primigenias impresiones, las buenaventuras y contemplaciones íntimas de la pareja mochilera durante su año sabático. Son seguramente cien páginas, pasadas a máquina por las inquilinas que cuidaban la casa en Holanda. Ellas las enviaban por correo a unos treinta suscritos interesados. Y recibíamos las cartas de respuesta a través de las embajadas y consulados en los diferentes países que visitábamos. Nos quedamos seis semanas en Arequipa y la Sierra, en el sur del Perú, y el 30 de diciembre de 1981 pasamos la frontera cerca de Copacabana para quedarnos cuatro meses en Bolivia. Las cartas de respuesta a las nuestras recién las abríamos cuatro meses después, a fines de abril, en el consulado en La Paz. Ninguna carta del otro lado del mundo mostraba alguna relación o entendimiento de lo que nos pasaba en estos países andinos. Su mundo seguía igual, cuentan sobre sus logros y penas y que nos extrañan. “Me emociona leer tus cartas, tanto tiempo sin contacto”, escribo a ellos, y adjunto: “Qué suerte, por otro lado, que nos pudimos meter con cuerpo y alma en este nuevo mundo, sin alguna novedad o influencia de familia, amigos y seguidores, nada de nadie por meses, para profundizar esta experiencia independientemente”. El resto del viaje, la parte más impactante ya la habíamos pasado, nos lleva todavía a Cuzco, Ayacucho, luego a Ecuador, Panamá y Costa Rica. En aquellos meses nuestras cartas empiezan ya hablar sobre un posible próximo viaje a Bolivia y jugamos abiertamente con la idea de poder construir una vida nueva allí.
La última ola de cartas de respuesta en la Embajada de Costa Rica despierta el ansia de reencontrarnos con nuestros amores y amigos. Decidimos ya volver en septiembre de 1982 con la expresa intención de intercambiar experiencias, compartir descubrimientos y planear el futuro en conjunto con algunos de ellos. De retorno a casa nos abrazamos fuerte y festejamos la llegada a casa. Sin embargo, los amigos refieren en ningún momento a nuestro viaje con la seriedad que esperábamos de ellos. La pregunta: “¿Y cómo les fue en el viaje?”, suena tan superficial que la dejamos flotar en el aire. Todos habían recibido nuestras cartas largas. Al parecer no les habían apelado tanto. Las palabras rutinarias al despedirnos: “¿Cuándo podemos esperar la noche de muestra de las diapositivas? ¡Nos vemos!”, nos desilusionan, ¡como si pasemos dos semanas de vacaciones al mar! Todo seguía como antes. Para ellos. Y reconocíamos que cambiamos a solas.
Ahora a mí, por el contrario, las cartas me muestran claramente el cambio que nos pasó. Me cuentan cómo nos impresiona y cómo disfrutamos ampliamente de la atmósfera ligera, el ritmo calmado, el ambiente hogareño hasta en las calles, el caos colorido, simpático y aún organizado, el espacio natural enorme, la omnipresente cortesía, la hospitalidad algo voraz de las invitaciones a almorzar de muchas familias, el trato de una cierta adulación hacia nosotros de la clase media. La sorpresa de sentirnos tan cómodos y relajados en los países andinos, y en especial en Bolivia. En Perú la gente nos parece más dura, en Ecuador sentimos una fragmentación, y Bolivia muestra, a comparación, un saber silencioso.
Sin embargo, me cuentan también cómo la pobreza, la diferencia abismal entre clases y razas, nos chocan. El control político y militar en manos de los descendientes de los colonizadores nos choca. La permanente exhibición, casi lastimosa, de ellos, el aspirar a ser como europeos o norteamericanos nos choca. La indiferencia desdeñada hacia la clase más baja, la búsqueda de solo provecho, el engaño común en general nos choca. Algún efecto de movimientos de liberación o de educación a los oprimidos no podemos discernir. Sobre todo, lo que nos impresiona más es la vida de los campesinos, los indígenas. Los admiramos en sus aldeas rodeadas por los más magníficos paisajes, por la intimidad con la naturaleza, su independencia total, por sus soluciones creativas y prácticas ancestrales, tan expuestos que están a la intemperie y al sol quemante, por su fuerza, el abandono, la resignación, por la furia y el éxtasis de la borrachera, la curiosidad inocente y la hospitalidad que nos muestran cuando los visitamos. Nos sentimos solidarios con ellos.
Aparte de lo que observamos y de lo tanto que nos afecta de los países andinos y América central, anoto una radicalidad creciente: más fuerte en cada carta exclamo que el mundo, como lo conocemos, va a desaparecer, que ya no creo en los políticos, ni de izquierda ni de derecha, que va a morir la civilización occidental, que la arrogancia y la tentación del consumismo y la pérdida de los lazos con la naturaleza nos van a aniquilar algún día. Me choca ahora leerla, esa convicción absoluta. Me hace recordar la tenacidad de la jovencita famosa, la Greta Thunberg, la sueca, que empezó a faltar a clases los viernes para manifestar por el cambio climatológico. Y desde luego su gira por el mundo para reclamar a los políticos y líderes mundiales para que tomen las medidas necesarias, inmediatas para prevenir el colapso natural del planeta.
Y debo reconocer que aquella convicción extrema formaba la base para iniciar una ruta alternativa. Un camino de retorno a lo anterior, a lo así dicho normal, ya se encontraba bloqueado para nosotros. El año sabático nos impactaba de tal manera que nos retaba a continuar el viaje, expuestos, desnudos, solitarios, fuertes, audaces, liberados, limpios, secos, curiosos, raros y sueltos. Y con el tiempo más y más clara de mente. Y te aseguro, nunca sentimos la tentación de volver atrás.
Quise dejarlo hasta acá, este escrito del mes de mayo. Pero, de repente, se me desprendió algo memorable del cerebro. Y no puedo retenerme, debo de contarlo ahora: en cada ciudad lo vemos, un tarabuqueño en su vestimenta tradicional, mejor diría, ceremonial. Cada encuentro más nos parece ser algo intencional y aún misterioso, y ya empezamos a saludarnos. El hombre alto, elegante en su poncho largo, negro, con las rayas de color naranja, verde y limón, el pantalón de lana tejida blanca hasta las pantorrillas gruesas de tanto andar, los pies grandes en sandalias de cuero, el cuello estirado, el casco de cuero con los bordes adornados, la trenza larga en la espalda y la cara de rasgos hermosos. Su porte, semejante a un emperador romano de la alta nobleza, nos inspira a darle el nombre de Marcus Aurelius. En la plaza de Sucre me compro una manta suya, que un sastre transforma en un chaleco. Y en uno de los últimos días en La Paz, lo veo sentado en las gradas de la catedral. Se pone de pie mientras me acerco, mirándome de arriba a abajo. Me muestro a él, yo, aquel día, vestida con la falda negra, ancha, larga hasta las pantorrillas cubiertas con leotardos de color morado, las sandalias cómodas de andar, mi jersey de lana de color rosado fuerte y el chaleco hecho de la manta típica tarabuqueña. Y me ríe, una risa de aprobación. Se quita el casco y, haciéndome una pequeña reverencia con el casco en la mano, me saluda y dice: “Se lo vendo en ochenta dólares, es antiguo”. Nos miramos las caras por unos segundos y veo que su cabello polvoso ya tiene canas, y que somos de la misma altura. Y le respondo: “No, pertenece a usted, póngaselo, por favor”. Y lo hace, y de golpe es mucho más alto que yo. Le hago una pequeña reverencia de despedida, vuelvo la espalda, despacio, y sigo caminando hasta la esquina de la plaza, miro atrás, ya no lo veo, y bajo al Correo en El Prado.
Samaipata, mayo de 2020.
Parte de estas experiencias vividas nos servirán para forjar un futuro mejor. Recuerdos que no podemos hacer un lado, Memorias que hoy se disfrutan como si fuera ayer.
Gracias “Melendre” por compartirnos momentos tan reales, descritos con tanto detalle que dan color y vida. El tiempo nos deja, “más y más clara de mente” para dar a este pequeño mundo algo mejor que ayer.
Mirar atrás, nos hace recordar y podemos comprender
la vida mirándola en perspectiva. Un mundo lleno cambios
de revoluciones, de ideas de liberación, de dictaduras.
Vemos a los mochileros poniendo su pies por estos trechos
cada vez mas seguros, quizás desilusionados de la indiferencia
y frialdad, por un mundo mas místico, ingenuo, y de sorpresas.
en una sociedad misturada.
….Y lo bueno es que se enamoraron, y
donde hay amor se vive mejor.
Harold y ELiana
Solitarios, Solidarios , es una nueva historia de Melendre, que como siempre sorprende con su forma de escribir, la cual con facilidad puede recorrer a saltos los senderos y llevarnos por diferentes los caminos.
Hoy quiero destacar algo que expresa una búsqueda, es como embarcarse en un viejo galeón en busca del nuevo mundo y Melendre cuenta :
“Escogimos a Latinoamérica como primer destino, atraídos por la fama de movimientos de liberación revolucionaria, en contra de la pobreza y la dictadura, que significaban una gran inspiración para los vanguardistas en Europa. Los libros del brasilero Paulo Freire, la educación de los oprimidos, la teología de la liberación en favor de los pobres, la brutal matanza de Allende, la dictadura en Argentina, las teorías reveladoras del mexicano Ivan Illich y las voces de Mercedes Sosa y Violeta Parra, todo aquello había dejado vestigios en nuestro modo de pensar. Y nuestros ojos llevaban las gafas coloridas por aquella información”
Hoy también, no estaríamos leyendo el noveno capítulo de una singular historia de dos aventureros, si no hubiera ocurrido un fuerte e impensado cambio en la ruta de un camino. Y Melendre dice :
“Busco las raíces del cambio fuerte que dimos al curso de nuestro camino: dejábamos la vida cómoda, la familia, la vecindad agradable, las expresiones culturales, los conciertos, las librerías, las amistades y los sueldos más que suficientes. Quizás este atrape esté relacionado con la urgencia con la cual tratamos siempre de inculcar a los jóvenes que conocemos, o a los nuevos que encontramos: que no te conformes ni te contentes con lo que parezca ser tu futura vida”
Puedo concluir diciendo, que pasaron de ser unos Holandeses comunes, para convertirse en los Holandeses más respetados y famosos de Samaipata-Bolivia.
Los blogeros de esas épocas me encantan la cartas de papel y tinta nos hacen recordar la perspectiva con que miramos la vida y expresamos nuestros sentimientos el tiempo que le dedicamos a escribir y meditar sobre lo vivido.
Y la mejor terapia que toda persona puede hacer.
Que sigan los viajes, internacionales, nacionales los viajes a nuestro interior y los viajes compartidos y solidarios valen la pena vivirlo.
En éste capítulo, conocemos el espíritu inquieto y explorador de Melendre. La diferencia de vida del viejo mundo con el nuevo mundo, hace que tomen la decisión de dar un giro de 90 grados en su vida.
Ese espíritu rebelde, emprendedor ha logrado que viajen por el mundo y conozcan diferentes culturas.
Pero no pudieron resistir el clima y paisaje de Samaipata y se asentaron en Bolivia.
Su vida en el pueblo es un testimonio, que se refleja en el título de este capítulo *Solitarios y Solidarios*.