Hoy, el domingo de las elecciones postergadas. En lugar de preocuparme de los resultados mejor me propongo para hoy: cuenta tus bendiciones, porque sabes que son muchas. ¿Quién vive con este panorama de un valle envuelto en tal silencio concentrado de todo un pueblo serio en su día de elecciones? ¿Y cuántas veces ya se nos acercaron ángeles terrenales, salvándonos de impotencia, de peligro y de rechazo social, justo a tiempo para no perder el camino, volver amargo, rencoroso o cínico, o caer en una depresión? Y siempre nos miramos y decimos: allí lo tienes otra vez, nos llegan de por sí. Y no aparecen solamente cuando ya no sabemos si hay que ir a la izquierda o recto no más para poder llegar al río, durante una caminata. Siempre son encuentros intensos y algunos transcendentales. Y existen varias clases de ángeles, pero tienen una cosa en común: aparecen sin intención tuya, tú no has de meterte, ni los esperas ni crees en ellos. Sí, ya estoy convencida que los ángeles juegan un rol en una vida riesgosa. Lo único que uno ha de decidir es reconocerlos como ángeles y se llena de gracia en su inesperado momento.
Para que la Finca pudiera seguir brillando de manera creativa, en lugar de ser solo mantenida como ya estaba pasando, necesitábamos sangre nueva urgentemente. Y hace dos años nos sucedió el ensueño de toda una familia Ángel, de raíces tarijeñas, danesas, andaluzas y árabes, y unas gotas indígenas entre medio, que nos adoptó como los abuelitos de su familia. Y qué bendecidos nos sentimos de poder dialogar con ellos de esta manera tan entusiasta y relajada, cuando formamos una sociedad entre los seis integrantes, durante cafecitos con torta y galletas caseras. Desde el principio podíamos expresarnos del todo y decir hasta gritar a veces nuestras verdades sin filtros. Porque ellos son así también, aunque son típicos bolivianos. Los hijos conquistaron la Finca en dos años: Narcisa asumió el rol de una gerente creativa de innovación y Nathaniel, el de un propulsor gerente de administración. Y nunca la Finca se vio tan jugosa y fructífera, creo, aún afectada por la pandemia.
En la realidad del día a día, Nathaniel lleva el nombre de un rey de la edad antigua macedónica, un conquistador formidable con un reino enorme al final de su corta vida guerrera. Aquí le puse el nombre de Nathaniel, es que alberga dos almas en su ser: la de rey conquistador curioso y ambicioso, y la de arcángel que sabe moderar al rey, para que se mueva en armonía con el ambiente orgánico. Estableció su reino en la Finca, su conquista fue rápida y fundamental, y su liderazgo es tan dinámico como amoroso. Durante un almuerzo en familia en el Café Jardín, Nathaniel me pregunta en qué lugar en aquel entonces, hace treinta y cinco años, fue creada la huerta de verduras. “Justo aquí debajo del Café”, le indico, “en no más de un pedacito de tres por cuatro metros. A partir de mi próximo relato (este) me toca contar cómo creció hasta las cuarenta y cinco terrazas llenas de hierbas, verduras, frutales y flores, que tú ahora estás cuidando con tanta dedicación.”
Cuando nos bajamos al pueblo hoy en día nos tardamos porque mucha gente nos saluda, nos quiere hablar, nos invita y luego de un refresco nos promete visitar. Las historias convividas se las siente en el silencio entre los saludos y frases alegres que usamos para expresar la sorpresa por poder reconocernos en las caras ya envejecidas. Al principio pues no nos fue así. Caminando por el pueblo y haciendo las compras los domingos en el mercado nos sentíamos incómodos. Nos miraban como extraterrestres, encontrábamos ojos tímidos y curiosos a la vez. A lo más nos sonreían un poco, cuando tratábamos de intimar con un chiste o un cumplido por encontrar una col hermosa llamada ‘corazón de buey’. Y luego subiendo a la Finca con las mochilas pesadas de las compras para toda una semana, taxis no había todavía, suspiramos de alivio de poder regresar a la casa propia, aunque aislada.
Una vez cosechamos lechugas romanas enormes de la pequeña huerta y, como nos sobraron, decidimos, por qué no, llevarlas al pueblo a regalar, de manera de acercarnos a la gente. Tocamos la puerta de varias casas en la plaza, de don Berti, de doña Luz, de la notaria señorita Casta. Y les explicamos: “Nos sobran, no nos gusta botarlas, mejor compartirlas, y si se anima, visítenos, les invitamos a curiosear y ver lo que estamos haciendo allá arriba”. Qué incomodados se mostraban, qué rápido se cerraron las puertas. No se niegan a recibirlas, no las rechazan y, aun así, sentíamos que el gesto les parecía anormal, quizás les chocaba como una ofensa, y ojalá fuéramos perdonados por ser gringos ignorantes. Y tal vez le regalaron la lechuga a su empleada y ella a su vez la echó a las gallinas o a los chanchitos en su corral, patio adentro. Porque no sabían comer verduras más que tomate, cebolla y dos hojitas de lechuga con una pizca de perejil a lo más.
Solamente una persona las recibía con alegría, el dueño del restaurante La Media Vuelta, donde solíamos almorzar anteriormente. Don Eduardo, de postura impresionante y hombre hospitalario, orureño de origen y tractorista de carretera ya jubilado. Ama mucho a su hijito pequeño, siempre sentado hasta que se duerme en su enorme regazo, después del almuerzo. Él nos cuenta con nostalgia de la sabiduría de la gente del altiplano, cómo protegía sus cultivos contra las noches heladas con el humo de cuatro fuegos en las esquinas de sus terrenos. O de su admiración por el francés, que introducía el cultivo de frutillas en la zona de Castillas, agregando con un suspiro resignado: “Todavía tenemos mucho que aprender, vivimos tan aislados del resto del mundo”.
Nuestra relación con el pueblo empezó a cambiar radicalmente por las ‘maquinaciones’ secretas de don Prudencio. Ya conocemos a su familia, es que nos invitó a almorzar el plato favorito samaipateño ‘picante de pollo’ un domingo, cuando probamos su famoso ‘wiskey de la casa’ de mandarinas por primera vez. Él vuelve a la Finca a construir el depósito. Cada vez, al pasar la huerta con su liviana manera típica de andar, se para a hacernos alguna pregunta: “Esta verdura no conocemos aquí, se parece a cebolla, ¿cómo se llama?” Cuando estoy aporcando las coles, se queda observándome y le indico: “Aquello es el repollo morado, lo uso en mi plato favorito, con canela, hoja de laurel y clavo, junto a puré de manzana. Los demás son repollos verdes de diferentes sabores, brócoli, repollo crespo, colitas Bruselas, col rizada. ¿Le muestro las lechugas? Venga. Estamos probando muchas variedades para ver cuál dará mejor en el clima de acá”. Pronto le invitamos a compartir nuestros almuerzos, llenos de verduras y salsas sazonadas con hierbas. Adentro se saca el sombrero y muestra la cabeza con el cabello rizado ya calvándose, que me hace recordar a mis vecinos inmigrantes marroquíes de antes. Fascinada cada vez observo su boca sensible, móvil y mojada haciendo ruidos al comer, gozando los sabores nuevos con tan intenso gusto que parece ser un hambre de toda una vida. Compota de ruibarbo es su postre favorito, mejor todavía con panqueques. Cuenta que quisiera volver a labrar la tierra también, recordando sus raíces agrícolas vallegrandinas. Sus rasgos faciales refinados y sus ojos sinceros, su porte vacilando entre modestia y entusiasmo, sus convicciones idealistas y todo combinado con la levedad de su ser, nos encantan. Bajo su sutil mando él nos iba a introducir a su mundo, el mundo de la población samaipateña de entonces, que a mi parecer ya no existe.
Un domingo bajando al pueblo vemos ya de lejos la silueta sigilosa de don Prudencio esperando en el cruce del matadero antiguo. Retenemos nuestro paso, nos miramos un ratito y lo sabemos al instante: es un ángel terrenal. Lo abrazamos a la valluna, como él nos había enseñado, y nos invita a conversar con algunos amigos suyos. Nos sorprende encontrar una gran cantidad de pueblerinos esperándonos en el patio trasero de la tienda de doña Lola, cerca del mercado. Al final de la animada reunión ruidosa concluye don Alfredo, un gran líder, que todos se animen a aprender a producir y preparar nuestras verduras. Nuestra única condición: nada de químicos, que sea un proyecto agro-biológico. El ¡Aprobado y aplauso por esta hermosa pareja holandesa!, nos sigue todo el resto de aquel memorable día.
Hoy es el viernes después. Incluyo un comentario espontáneo: si yo hubiera estado habilitada para votar, hubiera querido votar por el historiador-periodista. Nunca por El Flautista de Hamelín, el encantador de ratas y niños inocentes vestidos de blanco. Entiendo que muchos ciudadanos votaran por el MAS: ¿qué alternativa les quedó, si no se pudieron identificar ni con el uno y, menos aún, con el otro. Mi esperanza es que, desde el tuétano mismo de todo un pueblo, surja un verdadero representante, con un programa democrático social. Y yo solicitaría se me otorgue la nacionalidad boliviana, solo para poder votar por ella.
Samaipata, entre 18 y 23 de octubre de 2020
Fotos adjuntas:
–Huerta Finca La Víspera, septiembre 1984, foto autora
–Mercado Samaipata, diciembre 1985, foto autora
–Primeras terracitas de hortalizas Finca La Víspera, diciembre 1986, foto autora
Increibles recuerdos vividos, aunque un resumen no pueda mostrar todo lo que se tiene para contar, estamos seguros que esas semillas que plantaron desde 1984 seguirán floreciendo! Empezaron una carrera que todos deberíamos correr, para proteger tan linda tierra que hoy más que nunca se ve en peligro. Como dijo don Alfredo, “un gran líder, que todos se animen a aprender a producir y preparar nuestras verduras”.
Un afectuoso aplauso para esta gran familia!
Como es la vida tan linda. Es un camino de encuentros, Melendre y Clemente encontraron su vida en este rincón del mundo. Nosotros los encontramos a ellos.
Nos sorprendió este hermoso lugar, y al igual que el huerto del Edén, cada planta con su nombre, estos laboriosos jardineros le dieron forma este lugar. Dibujando con detalles y cariño rincones, sazonado con sabores, dando un toque pintoresco y creativo.
Formamos una familia, donde juntos mantendremos la esencia de lo que es y Dios guíe nuestros pasos.
Cada vez que te leo querida Melendre me transmites amor a la vida. Realmente me demuestras que podemos hacer maravillas si dejamos que fluya en nosotros la alegría de vivir, agradeciendo por las bendiciones diarias y por los encuentros con los ángeles terrenales!
LOS ANGELES TERRENALES EXITEN
Querida Margaretha, hoy disfrute mucho de la lectura del Blog de Melendre.
Mi esposita Rosa Leny y yo podemos asegurar que existen Angeles terrenales y nosotros conocimos una pareja, que sin conocernos mucho tiempo, sin condiciones ni discursos, solo pensando que pueden ayudar, nos permitieron seguir viviendo en el Valle de la Purificación.
Sin exagerar podemos decir que nos salvaron la vida, puesto que gracias a sus bendiciones, pasamos la Peste del Coronavirus en el Valle de la Purificación. Samaipata, lugar que hasta la fecha sólo se registro 38 infectados con Covid-19 y tan sólo dos fallecidos.
También creo que los creadores de la Finca La Víspera, merecen el gran premio y reconocimiento del pueblo de Samaipata, pero este mundo profano no ve más allá, no ve donde habitan los Angeles, que con sus acciones y sin decir nada cambian el mundo para bien.
Los habitantes del mundo profano solo ven el interés, el dinero y su egoísmo.
Pero, el mundo de bendiciones es más poderoso, la energía de la plantas son parte de ese poder y las variedad de plantas que viven en Finca la Víspera, cuidan y protegen a sus ángeles creadores y al mismo tiempo se encargaron de buscar Ángeles jóvenes y briosos, para continuar con el legado de sembrar y cosechar para la vida.
Que bonito recordar lo vivido y compartirlo. Estoy convencido que la intuición, ser pacientes y escuchar tu corazón te encaminan y te alinean con lo que estás buscando. Que bueno haberlos encontrado 🤩